Fin del verano

Fin del verano

Se acerca el fin del verano y el saldo para el oficialismo es amargo. Durante semanas, la discusión pública giró en torno a dos espectáculos menores: por un lado, el lujo y dispendio de la nueva élite morenista; por otro, la escandalosa trivialidad de premiar en Italia a un columnista alineado con la 4T.

Sobre lo primero, escuché a defensores del oficialismo afirmar que López Obrador logró “mover la narrativa” y por eso la ostentación despertó tanto enojo. Desde mi perspectiva, en un país tan desigual como México —incluso con los datos recientes sobre reducción de la pobreza— la clase política, sea de Morena, PRI o PAN, se comporta de la misma manera cuando de dinero se trata. Cambian las siglas, no los modales. Ojalá la ciudadanía lo entienda y, en el mejor de los casos, exija un estándar distinto.

Sobre lo segundo, colegas me preguntaron mi opinión sobre el embajador designado en Italia. La respuesta cabe en una palabra: intrascendente. Los nombramientos políticos en el servicio exterior son rutina, no excepción. El enojo de los diplomáticos de carrera es legítimo, pero no sorprende que un gobierno premie la lealtad antes que la capacidad. Quizá lo único nuevo sea la desfachatez: el exhibicionismo como carta credencial. Pero la lista de farsantes que se ostentan como representantes de México en el mundo es larga, y no empezó en este sexenio.

Ahora bien, más allá de polémicas estridentes, el verano deja asuntos de fondo que pueden definir la presidencia de Claudia Sheinbaum. El primero: los planes estratégicos para Pemex y la CFE. En particular, la petrolera. El gobierno promete la autosuficiencia financiera de Pemex para 2027 con cálculos desbordadamente optimistas. Contratos mixtos que atraerán enjambres de inversionistas, producción de 1.8 millones de barriles diarios y 5,000 millones de pies cúbicos de gas.

Una apuesta que tendrá implicaciones reales para la economía del país, pues Pemex sigue conectado a la respiración artificial de Hacienda. También un asunto cargado de simbolismo para la presidenta, que ha prometido soberanía y suficiencia energéticas, aunque todos los indicadores apuntan a un declive persistente de la producción. Por ahora aún no hay bases sólidas para nuevas decisiones de inversión y, mientras tanto, el déficit de infraestructura energética crece.

El segundo desarrollo tiene que ver con la relación con Estados Unidos, un asunto difícil de seguir no sólo por el vértigo de los acontecimientos, sino porque cada semana se abren nuevos frentes. En el terreno comercial, la revisión del T-MEC entrará en su etapa crítica a fin de año, con el reporte del USTR al Congreso en enero de 2026.

Pero hay más. Seguridad, corrupción y crimen organizado ocupan el centro del tablero. Hace unas semanas, el Departamento de Justicia reveló acusaciones de corrupción que involucran a funcionarios de Pemex y de su ahora extinta subsidiaria de Exploración y Producción. No es un asunto menor, pues nos recuerda que México está bajo la lupa anticorrupción de Washington. A ello se suman reportes de agencias estadounidenses que vinculan el huachicoleo con el financiamiento de grupos terroristas.

Para rematar, la revelación del New York Times sobre la directiva del Pentágono que autoriza operaciones militares contra cárteles considerados organizaciones terroristas. Una guerra sin matices, declarada desde Washington. Sus primeros trazos ya se ven en Venezuela, donde efectivos estadounidenses se desplegaron en aguas internacionales frente a sus costas.

La presidenta ha rechazado una y otra vez la posibilidad de que las fuerzas de Estados Unidos operen en territorio mexicano. Y aunque la relación de Washington con Caracas dista mucho de la que mantiene con México, la discusión parece inevitablemente sobre la mesa.

Así termina el verano: con una agenda saturada de asuntos que definirán el rumbo del país, muy por encima de los personajes secundarios que ocuparon titulares recientes.

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