Escribir con voracidad, escribir a dieta: del largo aliento Joyce Carol Oates o R. F. Kuang al silencio de Juan Rulfo
Estaba leyendo el perfil de la escritora sino-estadounidense R.F. Kuang en The New Yorker (ya sé, para leer lo que opino de la relación caótica entre los periodistas latinoamericanos y la revista escribí el texto “Yo newyorkeo, tú newyorkeas” en este mismo espacio). Me gustó, pero de entrada —y de salida— uno se pregunta si hacer el perfil de un personaje que no alcanza ni los treinta años no sería excesivamente fácil. A ver, me explico: si se tratara de una atleta o una starlet de Hollywood, ser-joven-muy-joven es hasta deseable. Un deportista alcanza su clímax muy pronto; Hollywood está obsesionado con la juventud. Pero esta es la cosa: Kuang es escritora, un oficio que requiere tiempo y paciencia que, diría yo, no se tiene antes de los 35.
Por supuesto, estoy idiota. Totalmente interesante hacer el perfil de alguien como Kuang, que a su edad cuasi infantil ya es una autora best-seller y ha sido premiada con el Locust y el Nebula, que junto al premio Hugo conforman la trifecta de los premios de la literatura fantástica. No sólo eso: se llevó el American Book Award por su novela Yellowface, que no es cosa menor para una autora reconocida como escritora de fantasía. (Yellowface ciertamente no es fantástica, es más bien una comedia de observación social).
Sí, es una escritora “de género”, como se refiere la intelligentsia internacional a la literatura de fantasía, la ciencia ficción, terror y las aventuras policiales. Ese “género” separa a la literatura de usar y tirar de la literatura DE VERDAD (negritas y subrayado, por favor). Como si escribir grandes obras de ficción especulativa no fuera una tour de force.
Como dice uno de los personajes del perfil de The New Yorker: el Hugo está bien, pero ¿por qué no buscar también el Booker? Eso, por qué no hacer literatura que pueda saltar la frontera del género. Autores como Ray Bradbury, Ursula K. Le Guin y Philip K. Dick, ellos mismos encerrados en sus casillas de la fantasía y sci-fi, están entre los autores más influyentes de nuestra época. No reconocerlo es cuando menos ignorante, despreciarlos es mezquino.
Para terminar la idea con R.F. Kuang, tiene 29 años y escribe como un demonio eléctrico. No sólo eso, está estudiando un doctorado al mismo tiempo que lanza nuevas novelas. Buenas novelas. Yo le he leído, además de Yellowface, la trilogía fantástica de The poppy war, recreación en un universo especulativo de las cruentas guerras entre China y Japón —en el perfil de New Yorker dice Kuang que Rin, la protagonista, es una un reimaginación de Mao Zedong en el cuerpo de una guerrera adolescente. No son perfectas pero sí muy entretenidas y ambiciosas. Hay destrucción, crímenes bélicos, arrebatos místicos y una buena dosis de historia política china, todo en una trama que no da cuartel. El tono es tan trágico como emocionante; piensen en Los juegos del hambre pero más pesimista. No, R.F. Kuang no es tu escritora Wattpad promedio. Agarró la literatura como reto intelectual y ahora no para. Una bestia.
Leyendo el perfil de Kuang me pregunté quién más escribe a ese ritmo endemoniado. Joyce Carol Oates. Joyce Carol Oates escribe así. Mientras que Kuang está empezando su carrera (y no hay que futurear, aunque escriba mucho y bien, sabrá dios si su obra trasciende), Oates lleva la vida escribiendo, traz traz, novela tras novela, cientos de cuentos, decenas de ensayos, dando conferencias e impartiendo cátedras.
He pasado por épocas de adorar cada palabra de Oates y otras de encontrarla repetitiva. Creo que es una etapa por la que pasan varios de sus lectores. Llegar a Oates es ambiguo porque se accede a su pluma a través del cansino y también atinado pregón de que deberían darle el Nobel. Cada año se rumorea que esta vez sí. Se puede leer a Oates para desmentir el bulo o para confirmarlo.
Otra forma de llegar es por la curiosidad: entender cómo alguien puede publicar una tras otra novelas y colecciones de cuentos de gran calidad. Si Kuang es un demonio eléctrico, Oates es un Lucifer atómico. Escribe sin tregua. Y escribe más de lo que publica, por supuesto. En la trituradora de papel y en los cajones de doña Carol debe haber decenas de obras que harían pasar por genio a un autor menor.
En su carrera de cinco décadas ha publicado 58 novelas. Tratar de leerlas todas es innecesario para darse cuenta qué tipo de autora desquiciada es Oates. Con leer La hija del sepulturero, Ave del paraíso, Blonde y Mamá ya tuve para ser su acólita. (Si les interesan las traducciones al español, Penguin y Alfaguara la han traducido con diferentes niveles de éxito. Recomiendo en especial la de Blonde, traducida con mucho tino por María Eugenia Ciocchini).
He leído otras de sus novelas y textos en inglés como The Accursed, que me llevó a leer autores góticos como las hermanas Brontë y Shirley Jackson (casi contemporánea de Oates),y We were the Mulvaneys, que me gustó menos (la adaptaron al cine y me gustó más la película, para qué mentir). Tiene un volumen sobre el boxeo, deporte que le apasiona. En On boxing Oates asume como reto filosófico explicar al boxeo como un rito, un regreso a la civilización clásica y a los boxeadores como sacerdotes de una religión perdida. Los peleadores “viven en su propia dimensión” y cuando caen “entran a un espacio liminal”. Suena muy mamón, pero si les gusta el box al menos tendrán algo poético para decir después de la próxima pelea del Canelo.
El caso de Oates es un ejemplo de estamina literaria. No es joda, la cualidad que más respeta en un autor es la misma que aprecia en un corredor de fondo: la energía, la condición física. No es extraño que Oates sea ávida de las pistas, a sus 87 años sigue saliendo a correr como lo ha hecho desde adolescente. Para ella correr y escribir son actividades paralelas: correr es una meditación en movimiento que permite alcanzar lo que ella llama la cualidad cinematográfica de la literatura. Mientras corre imagina, estructura, pone imágenes a las palabras.
(Se podría escribir sobre la relación que algunos autores tienen con salir a correr, un modo de ensayar la disciplina de largo aliento que implica la escritura. Yo corro pero no me ha llegado el talento hasta ahora y la musa no me visita mientras sudo. Quizá debería cambiar de estrategia y empezar a fumar cigarros de clavo como Virgina Woolf).
Se me ocurren otros artistas que producen sin tregua. Alguno que me viene de bote pronto es Neil Gaiman quien antes de caer en desgracia era el niño dorado de los escritores todoterreno. El ya mencionado Philip K. Dick escribió sin parar a pesar de (¿o a raíz de?) su mala salud mental. Asimov pasó con soltura de la ciencia ficción al ensayo histórico. Terry Pratchett emprendió una labor de por vida creando universo fantástico llamado Discworld explorado en decenas de novelas. Georges Simenon tuvo más vástagos literarios que una granjera medieval parió hijos. Cada libro de Simenon es una machincuepa alucinante y divertida (dicen además que era muy bueno seduciendo mujeres. Los dioses cuando dan, dan con generosidad).
Roberto Bolaño escribió y publicó a toda prisa como si ya supiera que iba a morir joven. Escribió 2666, para muchos su mejor trabajo, como un modo de asegurar el futuro monetario de su familia. Ahora les ha dado por destripar sus cajones, computadoras y usb para publicar cada palabrita boláñica, creo que no le hacen ningún favor a su legado, pero ps: los Bolaño ya no lloran, los Bolaño facturan.
También podríamos hablar de lo contrario, autores que publicaron poco pero su obra speaks volumes. Desde luego tenemos a Juan Rulfo, el mejor escritor mexicano del último siglo, que guardó feliz silencio después de Pedro Páramo y El llano en llamas. Josefina Vicens publicó dos novelas regias y luego se dedicó a la vida pública y el guión cinematográfico.
Está Shirley Jackson que publicó mucho, sí, pero creo que su fama quedó corta frente a lo que su talento anunciaba. Mejor cuentista que novelista, los trabajos de Jackson deberían ser mucho más reconocidos en el mundo. Casi siempre se le recuerda por “The lottery”, cuento que leen todos los estudiantes de prepa en Estados Unidos (ninguna mejor manera de darles pesadillas a los muchachitos).
Junot Díaz es otro al que le cuesta tener una producción literaria vasta. Tiene una novela y dos colecciones de cuentos o novelas fragmentadas. Quizá ya no tenga más libros en su pecho porque se ha dedicado a la academia más que a la literatura. Pienso en Jeffrey Eugenides, otro autor y académico que publica poco pero cada que lo hace obtenemos prodigios.
Y otra es Donna Tartt: publica una novela cada década y luego se retira a donde viven los monstruos. Quizá esa sea la patria de los escritores sea cual sea su torrente (o chorrito) de literatura .