Maltrato en la vejez: prácticas normalizadas que vulneran la dignidad en instituciones de cuidado

Cada 28 de agosto se conmemora en México el Día Nacional de las Personas Mayores, una fecha que invita a reconocer el valor de quienes han transitado largas trayectorias de vida. Pero también es una oportunidad incómoda —y necesaria— para poner el foco en un tema que suele quedar relegado: el maltrato dentro de las instituciones que supuestamente deben cuidar a esta población.
Lejos de casos extremos o escándalos aislados, el Instituto Nacional de Geriatría (ING) advierte sobre prácticas profundamente arraigadas que, aunque se perciben como “normales”, vulneran de forma sistemática la dignidad, los derechos y la salud emocional de las personas mayores que viven en instituciones de cuidado.
Durante una mesa de diálogo entre especialistas del ING, transmitida en su plataforma de YouTube, trabajadoras sociales, investigadoras y profesionales del cuidado compartieron hallazgos, experiencias y reflexiones en torno a las formas de maltrato que enfrentan las personas mayores dentro de instituciones de cuidado a largo plazo en México.
Maltrato que no siempre se ve
El maltrato, según la Organización Mundial de la Salud, no es solo el golpe o la agresión directa: también lo es la omisión, la negligencia o el trato despectivo en contextos donde debería haber confianza y cuidado.
“El maltrato emocional es el más frecuente y el más invisibilizado”, señaló la doctora e investigadora Nancy Flores, quien ha investigado este fenómeno desde 2020.
Explicó que este tipo de violencia se relaciona estrechamente con el edadismo, que puede presentarse de tres formas: institucional, relacional y autoinfligido. Desde actividades que infantilizan a todos por igual hasta la autoexclusión por considerar que, por la edad, ya no se puede aprender nada nuevo.
Por su parte, la profesora Victoria González, profesional con experiencia directa en unidades de cuidados prolongados, reforzó esta idea al relatar situaciones cotidianas en las que se pierde el respeto a la intimidad.
“Les prenden la luz sin avisarles, les quitan las sábanas para meterlos a bañar sin cortesía alguna. Estas son malas prácticas que vulneran su dignidad”, expresó.
Además, muchas personas residentes no son notificadas del fallecimiento de otros, lo cual impide procesar el duelo. “Todos tenemos derecho a despedirnos”, subrayó Nancy Flores.
Mencionaron que hay maltratos más difíciles de nombrar, pero igualmente dañinos: comentarios burlones entre residentes, actitudes de desprecio por el “olor a viejo”, o silencios administrativos ante la pérdida de vínculos —como no avisar a los residentes cuando uno de sus compañeros fallece, impidiéndoles procesar el duelo.
Abusos que se justifican con “falta de personal”
Muchas prácticas nocivas se han normalizado bajo el argumento de la escasez de recursos humanos. Entre ellas, las sujeciones físicas (atar a una persona para evitar que se caiga) y la sujeción médica (administrar medicamentos para mantenerla dormida o sedada).
Estas estrategias buscan “control”, pero lo hacen a costa del bienestar físico, psicológico y humano de quienes las padecen.
Al respecto, la profesora Sara Torres Castro, investigadora con trabajo en residencias de la Ciudad de México, denunció el uso excesivo de medicamentos para mantener a los residentes dormidos
“Familiares llegan a visitar y encuentran a sus seres queridos dormidos o sedados. Esto no debe asumirse como normal, salvo en casos justificados médicamente”, advirtió.
La negligencia, señalaron, también está presente en los detalles que no se consideran importantes: encender las luces sin avisar, bañar sin cortesía, no ofrecer una alimentación adecuada, o administrar medicamentos fuera de horario. Estos gestos, acumulados, rompen la experiencia de habitar un lugar que debería sentirse como hogar.
El espacio que no es propio
Las condiciones físicas de las instituciones también juegan un papel en la reproducción del maltrato. Compartir habitación sin posibilidad de privacidad, restringir objetos personales bajo pretextos de orden o higiene, o ignorar las costumbres previas de las personas, les arrebata el sentido de pertenencia y la posibilidad de apropiarse del espacio.
Y más allá del mobiliario o las normas, lo que más se pierde es la intimidad, la autonomía y el derecho al placer. Sí, incluso en la vejez. El derecho a la sexualidad, a la diversidad, a la expresión emocional y al deseo siguen existiendo, aunque muchas instituciones lo silencien.
¿Quién cuida al que cuida?
El personal de cuidado también enfrenta condiciones adversas. Falta de capacitación, agotamiento emocional y poca empatía forman un cóctel que termina por deshumanizar la atención.
Incluso cuidadores bien intencionados pueden caer en conductas abusivas cuando el ambiente laboral es tóxico o la presión se vuelve insostenible.
Lo más alarmante es que algunas de estas prácticas son aprendidas y perpetuadas para encajar en la dinámica del equipo. La violencia, en muchos casos, se convierte en parte de la rutina.
Hacia una cultura del buen trato
Las especialistas coincidieron en que no basta con buenas intenciones o infraestructura. Hace falta una transformación profunda del modelo de atención, centrada en la persona y respetuosa de sus derechos humanos. Eso implica:
-Diseñar protocolos de buen trato desde el primer contacto.
-Fomentar la comunicación empática, sin infantilizar ni despersonalizar.
-Brindar acompañamiento psicológico al personal para prevenir el burnout.
-Formar al equipo en diversidad, género, demencia y cuidados complejos.
-Crear entornos que promuevan la autonomía, el placer y el respeto por la historia de vida de cada residente.
-Implementar de manera real la Convención Interamericana sobre los Derechos de las Personas Mayores, que México ratificó en 2022, pero sigue sin aterrizarse en muchos espacios.
Hambre en silencio
Uno de los hallazgos más crudos compartidos por las especialistas fue el de personas mayores que expresan sentir hambre dentro de las instituciones.
Para “aguantar” entre comidas, compran galletas o comparten alimentos entre ellos. Esto no solo refleja una deficiencia nutricional, sino una inseguridad alimentaria institucionalizada, que coloca a las personas mayores en una situación constante de vulnerabilidad.
En este Día Nacional de las Personas Mayores, el llamado es a la cero tolerancia al maltrato. Que el cuidado sea un acto de respeto, y no una rutina mecánica. Que el envejecimiento se viva con dignidad, no con miedo.