México no es Silicon Valley, y esa puede ser su mejor ventaja

<![CDATA[

¿De verdad tenemos que seguir creando como si fuéramos Palo Alto? ¿Es acaso que el concepto de globalización que entendimos en la escuela y que intentamos aplicar por años ya no funciona igual?

Aprender de los grandes es valioso. Lo que no sirve es imitar sin sentido crítico. Durante décadas, construimos estrategias bajo la promesa de un mundo interconectado, donde las reglas del juego venían del norte. Aceleramos el aprendizaje del Internet de las cosas, nos alineamos a metodologías importadas, usamos términos como pitch , scaling , founder mindset , como si también hubiéramos importado el contexto que les dio sentido. Pero hoy, frente a un México en transformación, quizá es momento de preguntarnos si tiene sentido seguir copiando modelos de negocio que no fueron hechos para este país. Nos dijeron que Silicon Valley era el ideal. Pero ese modelo responde a condiciones culturales, financieras y sociales muy distintas a las nuestras. Allá, una idea puede levantar millones en fondos con una buena narrativa; acá, muchas veces la innovación tiene que probarse en calle, no en un deck. Allá, el consumidor promedio tiene acceso a infraestructura, servicios bancarios formales y conectividad total; acá, el consumidor real —ese que sostiene la economía informal, paga en efectivo y navega sistemas fallidos— sigue siendo invisibilizado en los tableros de diseño. El problema no es que México no innove. El problema es pensar que innovar es parecerse a otro lugar. Veamos algunos ejemplos: Startups de tecnología financiera que intentaron replicar modelos europeos sin adaptar nada al uso de efectivo o la desconfianza generalizada en las instituciones. Plataformas que asumieron que todos los usuarios tienen una tarjeta de crédito y una cuenta bancaria formal. Aplicaciones que fracasaron por no entender que en muchas zonas del país, el principal canal de contacto no es un CRM, sino WhatsApp. Mientras tanto, quienes sí logran conectar con el mercado mexicano suelen hacerlo porque piensan desde lo local. Rappi entendió que aquí el efectivo no era una barrera, sino una necesidad. Oxxo digitalizó sin pedirle al usuario que cambie: integró pagos, servicios y transferencias en una red física que ya era parte de su vida cotidiana. Incluso empresas extranjeras que han tenido éxito en México lo hicieron adaptándose, no imponiéndose. Amazon tardó en despegar hasta que implementó pagos en efectivo y entregas fuera de casa. Mercado Libre creció no solo por su oferta digital, sino por construir una red de confianza entre usuarios basada en calificaciones y comunicación directa. Nada de esto es casual. El contexto importa y diseñar desde lo real no significa conformarse con menos. Al contrario: es asumir que innovar no es importar soluciones brillantes, sino construir respuestas viables, profundas y escalables desde nuestras propias condiciones.

Por eso, este no es un llamado a cerrarnos al mundo. Es un llamado a dejar de copiarlo sin entenderlo. La globalización ya no es una promesa homogénea. Es una red cambiante de intercambios donde el valor está en lo que se adapta, no en lo que se replica. México no es Silicon Valley, y está bien. Porque mientras algunos se obsesionan con parecerse a otros, aquí seguimos resolviendo. Con ingenio, con contradicciones, con limitaciones… pero también con creatividad, colaboración y estrategia práctica. Quizá la verdadera ventaja competitiva no está en intentar ser como ellos, sino en dejar de disculparnos por ser como somos. Y empezar a diseñar, de una vez por todas, para la vida real. _____ Nota del editor: Ilse Canela es Chief Marketing Officer en Solucredit | Cofundadora y CMO en Imagina Lab. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora. Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

]]>

admin