Ketamina: La chispa que puede reencender la vida

Antonia llegó al consultorio con la mirada extraviada. Llevaba años luchando contra una depresión resistente y nada parecía dar resultado: ni los antidepresivos, ni las terapias convencionales, ni los suplementos, ni el yoga, ni la meditación, ni los rezos. Estaba harta y, sobre todo, profundamente desesperanzada.

Después de una evaluación médica completa, Antonia accedió a probar una terapia aún poco conocida en México, pero con años de estudio en el mundo: ketamina a dosis subanestésicas. A la semana me escribió un mensaje que jamás olvidaré: “No sé qué pasó, pero estoy sintiendo algo que no sentía hace meses… ganas de estar viva.”

Una vieja conocida con nuevos usos

La ketamina fue creada en 1962 como anestésico quirúrgico y se popularizó durante la guerra de Vietnam por su efectividad y seguridad. Sin embargo, no fue sino hasta el año 2000 cuando comenzaron a publicarse estudios sobre su potencial terapéutico en casos de depresión resistente, ansiedad severa, trastorno por estrés postraumático y otras afecciones psiquiátricas graves.

Instituciones de renombre, como la Universidad de Yale, el Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos (NIMH) y publicaciones recientes en The American Journal of Psychiatry, respaldan sus efectos positivos. Incluso en 2019, la FDA aprobó una versión nasal (esketamina) para el tratamiento de la depresión resistente, aunque su elevado costo la hace inaccesible para la mayoría de la población.

A diferencia de los antidepresivos tradicionales —que actúan sobre la serotonina y tardan semanas en hacer efecto—, la ketamina produce cambios en cuestión de horas. Su mecanismo se basa en bloquear un receptor cerebral llamado NMDA, encargado de regular el glutamato, un neurotransmisor clave en la comunicación entre neuronas. Ese bloqueo activa una cadena de procesos que favorecen la reconexión y regeneración de las redes neuronales afectadas por la depresión, el trauma o el estrés crónico. También estimula la producción de sustancias como el BDNF, un factor de crecimiento que ayuda a reparar las neuronas.

Imaginemos que la mente de una persona con depresión es como una ciudad apagada tras una tormenta. Las calles —las neuronas— siguen ahí, pero las luces están fundidas. La ketamina no reconstruye la ciudad, pero puede restablecer la corriente eléctrica, lo justo y necesario para que la persona pueda orientarse, moverse, pedir ayuda y volver a vivir.

Actualmente, existen varias clínicas privadas en México que ofrecen tratamiento con ketamina, principalmente en Ciudad de México, Guadalajara, Monterrey, Mérida, Tijuana y Querétaro, aunque el número exacto de centros aún no ha sido regulado ni censado oficialmente. También hay clínicas en otros países de Latinoamérica, como Argentina, Brasil, Colombia y Chile.

Estas clínicas administran infusiones intravenosas o aplicaciones intramusculares bajo supervisión médica, en entornos controlados o de tipo hospitalario. Algunas combinan la sustancia con sesiones psicoterapéuticas, respiración consciente y música o estimulación magnética transcraneal. Y aquí comienza una de las críticas.

Varios expertos en medicina psicodélica han advertido sobre la excesiva medicalización de estas terapias. Aplicar ketamina sin acompañamiento terapéutico puede ser útil a corto plazo, pero rara vez genera transformaciones profundas.

La integración psicodélica —ese espacio de reflexión, contención emocional y construcción de sentido tras la experiencia— es vital para que el cambio no sea solo químico, sino también psicológico, emocional y espiritual.

Uso recreativo y escasez

Mientras tanto, en el mundo clandestino y nocturno, la ketamina ha tomado otro rumbo. Se inhala en polvo, muchas veces en dosis elevadas o mezclada con otras sustancias. Es común que se comercialice bajo el nombre de “tusi” o polvo rosa, aunque lo que contiene esa mezcla suele ser un coctel de ketamina, MDMA, cafeína y otras drogas sintéticas. (Muy rara vez contiene realmente 2C‑B, la sustancia psicodélica con la que erróneamente se le asocia).

Este uso desregulado incrementa de forma grave los riesgos para la salud: desde problemas urinarios crónicos y adicción, hasta estados de confusión prolongados o intoxicaciones fatales por adulteración.

Un dato que rara vez se discute es la escasez de ketamina en muchos hospitales públicos, lo que limita su uso como anestésico en intervenciones quirúrgicas o situaciones críticas. Esta escasez responde a una combinación de factores: mayor demanda, escasa producción nacional y restricciones administrativas. Un medicamento como este —seguro, económico y de gran utilidad— podría estar salvando más vidas si existiera una mejor distribución.

Educar, informar, decidir

Estamos en un momento crucial. La ketamina puede ser una aliada poderosa si se usa con ética, cuidado y acompañamiento. Pero también puede convertirse en un peligro silencioso si se banaliza o se comercializa sin responsabilidad.

No se trata de demonizar ni glorificar, sino de comprender, educar y acompañar desde una mirada que incluya mente, cuerpo, historia personal y entorno.

Desde una perspectiva de psiquiatría integrativa, se considera que:

  1. La ketamina no es una medicina mágica, pero puede abrir caminos donde todo parecía cerrado.
  2. Requiere un uso médico supervisado, con preparación, acompañamiento e integración emocional.
  3. El consumo recreativo es cada vez más común y representa un riesgo para la salud, sobre todo en su versión adulterada.
  4. Es importante diferenciar entre el 2C‑B (psicodélico) y mezclas como el “tusi”, que suelen contener ketamina y otras sustancias.
  5. Necesitamos educación pública, regulación clara y espacios terapéuticos que prioricen el bienestar integral por encima del lucro.

Porque a veces, cuando todo parece perdido, solo hace falta una chispa para volver a encender el alma.

Me encantaría conocer tus dudas o experiencias relacionadas con este tema. Sigamos dialogando; puedes escribirme a dra.carmen.amezcua@gmail.com o contactarme en Instagram en @dra.carmenamezcua.

admin