Chocolate en polvo: Qué hay detrás, ¿azúcar o cacao?

Para millones de hogares mexicanos, el desayuno no está completo sin una taza humeante con sabor a chocolate. Pero, ¿cuántas de esas tazas contienen realmente cacao? Esa es la pregunta central del más reciente estudio de calidad publicado por la Procuraduría Federal del Consumidor (PROFECO) en agosto de 2025. En él, se analizaron 32 productos comercializados como chocolate en polvo o polvo sabor a chocolate. El resultado deja claro que, aunque todos se venden bajo una misma categoría comercial, no todos deberían considerarse “chocolate”.
La diferencia no es sólo semántica, es legal, técnica y nutrimental. Según la normativa NOM-186-SSA1/SCFI-2013, un producto solo puede llamarse “chocolate en polvo” si contiene al menos 18% de sólidos de cacao y 1.8 % de manteca de cacao. Si no cumple con estos requisitos, está obligado a declararse como “polvo para preparar bebida sabor a chocolate”, utilizando esa frase con el mismo tamaño, tipografía y color que el resto del nombre comercial. Sin embargo, muchas marcas no lo hacen, y esto genera una enorme confusión para el consumidor, que a menudo cree estar comprando chocolate auténtico, cuando en realidad se trata de una mezcla saborizada.
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Chocolate en polvo: lo que dice la norma y lo que realmente tomamos
El “chocolate en polvo”, en su definición normativa, conserva parte del carácter del cacao: aroma, textura, acidez natural y cierta densidad grasa aportada por la manteca de cacao. Productos como Abuelita, Ibarra o Carlos V están dentro de esta categoría. En cambio, los productos que no alcanzan esos mínimos —aunque visualmente se presenten como iguales— deben clasificarse como “sabor a chocolate”.
Estos últimos sustituyen el cacao por saborizantes, azúcares o edulcorantes no calóricos, grasas vegetales y aditivos que buscan imitar el perfil sensorial del chocolate, pero sin ofrecer sus propiedades naturales ni su valor nutricional. Son productos que tienden a tener un precio más accesible, una imagen atractiva —generalmente dirigida a niñas y niños— y altos niveles de azúcar o calorías vacías.
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Taza de Chocolate
El estudio de PROFECO revela que todos los productos etiquetados como chocolate en polvo cumplen con los mínimos de cacao requeridos, pero también deja claro que existen muchos polvos “sabor a chocolate” que se comercializan como si fueran lo mismo, sin que el consumidor sepa que legalmente y nutricionalmente, son productos distintos.
El sabor cuesta… pero no siempre vale
El precio por cada 100 gramos varía tanto como la calidad del producto. El polvo más barato del estudio fue el de Chedraui, con un costo de $8 por cada 100 g, mientras que el más caro fue Ghirardelli, que alcanzó los $88.
Por su parte, productos como VALORCAO o Chocomonk, con presentaciones sin azúcar o bajas en calorías, tienen un costo más elevado, pero también un contenido real de cacao y un perfil más cercano a lo que históricamente conocemos como chocolate.
¿Y los niños? Una etiqueta dulce con riesgos escondidos
Uno de los hallazgos más preocupantes del estudio es el uso de edulcorantes no calóricos como la sucralosa o el acesulfame K en productos dirigidos al público infantil. Aunque la NOM-051 establece que estos ingredientes deben ir acompañados de la leyenda “No recomendable en niños”, varias marcas incumplen con este requisito o lo presentan en tipografías mínimas y con baja visibilidad.
Además, marcas como Choco Choco e Ibarra fueron señaladas por vender menos cantidad de la que declaran en su etiqueta, lo que representa un engaño directo al consumidor. Estos hallazgos refuerzan la importancia de leer con atención no solo los ingredientes, sino también el tipo de producto que se está adquiriendo.
Un alimento con historia, reducido a una mezcla saborizada
Resulta paradójico que, en un país con una herencia cacaotera tan rica como México, lo que hoy se vende como chocolate muchas veces carezca de cacao. En épocas prehispánicas, el cacao era moneda, medicina y símbolo de estatus. Hoy, muchos productos que llevan su nombre tienen como base jarabe de maíz, saborizantes artificiales y aceites vegetales. En la práctica, más que chocolate, estamos tomando una bebida industrial dulce con una historia prestada.
El “sabor a chocolate” no es en sí mismo un engaño si está correctamente etiquetado. Pero cuando el producto se disfraza, omite datos o confunde al consumidor, la responsabilidad recae tanto en la marca como en quienes permitimos que esa confusión pase desapercibida.
Conclusión: leer bien la etiqueta también es saborear con conciencia
La próxima vez que tomes una taza de “chocolate”, detente un momento a revisar si realmente lo es. Puede que estés bebiendo un polvo saborizado, cargado de azúcar o edulcorantes, sin una sola pizca de cacao real. PROFECO ya puso los datos sobre la mesa. Ahora nos toca a nosotros —como consumidores, comunicadores y cocineros— defender la calidad, el sabor auténtico y la transparencia.
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