5 cantinas legendarias del Centro Histórico: sabor, tradición y grandes anécdotas

5 cantinas legendarias del Centro Histórico: sabor, tradición y grandes anécdotas

Durante décadas, las cantinas del Centro Histórico fueron vistas como espacios en extinción, rincones con madera crujiente y clientela de antes. Pero hoy, en tiempos donde lo “retro” se diseña con filtros, estas cantinas gozan de un nuevo aire. Algunas han sido restauradas con respeto, otras siguen con sus mesas torcidas, sus sillas de metal, sus barras de mármol gastado. Y eso es precisamente lo que encanta.

En lugar de perseguir tendencias, estas cantinas las sobrevivieron. Y ahora que hay una generación entera buscando “el México de verdad”, estos lugares se llenan. A veces por nostalgia, a veces por moda, pero casi siempre por una verdad más simple: aquí se come con sazón, se bebe con historia y se vive sin pose.

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Estas son 5 de las más emblemáticas. Cada una con su carácter, su cocina, su leyenda.

La Mascota

Dónde: Mesones 20, Centro Histórico, CDMX

En la calle de Mesones, entre el bullicio eterno del Centro Histórico, se encuentra una de las cantinas más antiguas y vivas de la Ciudad de México: La Mascota. Esta cantina no solo ha visto pasar generaciones de capitalinos, sino que se ha mantenido fiel a esa esencia que define a los templos del buen beber: barra generosa, ambiente de camaradería y botanas que llegan a la mesa sin pedirlas.

En La Mascota, el tiempo se mide en rondas y platillos. Aquí todavía se conserva una de las costumbres más entrañables del ritual cantinero: la botana, esa serie de antojitos que aparecen sin costo adicional conforme transcurre la tarde. Cada día hay un menú distinto, pero nunca faltan los clásicos: caldito de camarón, tortas bien servidas, guisos con lomo o preparaciones caseras que saben a cocina de barrio. Se cuentan hasta 9 tiempos de botana, servidos con ritmo y alegría, uno tras otro, como quien sabe que alimentar es también una forma de abrazar.

La bebida, por supuesto, es otro de sus pilares. La cuba libre, el caballito de tequila o una cerveza bien fría son la santa trinidad del lugar. Lo importante no es cuánto se toma, sino cómo se toma: entre risas, al ritmo del bullicio, con la música de fondo y los cantineros que ya se saben tu nombre si regresas más de dos veces.

Pero más allá de la comida y la bebida, lo que convierte a La Mascota en un sitio imprescindible es su ambiente inigualable: esa mezcla de ruido, anécdotas y verbena que no se puede replicar ni simular. Entrar aquí es como volver al hogar, uno donde los muros hablan y la historia se sirve en vaso corto que ya lleva 95 años de historia.

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Cantina La MascotaCortesía

La Ópera

Dónde: 5 de Mayo 10, esquina Filomeno Mata, Centro Histórico, CDMX

Desde 1876 este lugar sirve bebidas, hoy ubicada en la esquina de 5 de Mayo y Filomeno Mata, en pleno Centro Histórico, La Ópera es más que una cantina: es un monumento vivo a la historia de México. Su origen se remonta a una refinada pastelería de inspiración francesa. Con los años —y al calor del tequila— evolucionó hasta convertirse en una de las cantinas más emblemáticas del país.

Por sus mesas han pasado Porfirio Díaz, su esposa Carmelita Romero Rubio, el ministro José Yves Limantour, y decenas de políticos y personajes de la alta sociedad de la época. Sin embargo, su momento más legendario ocurrió durante la Revolución: una visita intempestiva del general Francisco Villa, quien al entrar, disparó al techo para dejar claro quién mandaba. El balazo sigue ahí, como testigo de una época convulsa y gloriosa.

Con el tiempo, La Ópera recuperó su clientela distinguida. Desde presidentes como Miguel Alemán y Adolfo López Mateos, hasta intelectuales como Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Octavio Paz o Jacobo Zabludovsky, han cruzado su puerta para vivir la experiencia que ofrece este lugar único.

Hoy, entrar a La Ópera es viajar en el tiempo sin perder el sabor actual. A tu llegada te reciben con frijolitos refritos y totopos, y en la carta brillan imperdibles como el chamorro a la gallega, los pulpos, la lengua a la veracruzana o los caracoles en salsa de chipotle. No es un lugar económico, pero lo que ofrece está cargado de tradición, calidad y carácter.

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La OperaCortesía

El Gallo de Oro

Dónde: Venustiano Carranza 35, esquina Bolívar, Centro Histórico, CDMX

En el corazón del Centro Histórico de la Ciudad de México, El Gallo de Oro lleva más del siglo recibiendo comensales con puertas vaivén, aroma a guiso y sabor a historia. Esta cantina comenzó ocupando apenas la mitad del espacio actual, allá en 1876 donde en una pequeña barra trasera se vendían tortas. Hoy, ese modesto inicio forma parte de una leyenda que se sigue cocinando a fuego lento.

Con la licencia número 2 de la ciudad, El Gallo de Oro no solo presume antigüedad, sino también peso cultural: fue lugar de encuentro de figuras como Guillermo Prieto, Justo Sierra, Juan de Dios Peza, Manuel M. Flores e Ignacio Ramírez. Aquí se brindó por la patria, se discutió poesía y se dejó claro que la cantina también puede ser un espacio para la palabra.

Entrar al Gallo es una experiencia en sí misma. Abres las puertas cantineras, te sientas, y comienza el ritual. Hay 2 formas de disfrutar:

La primera es el menú del día, que varía constantemente y ofrece auténtica comida casera con sazón: chicharrón en salsa verde, picadillo, milanesa, bistec con ensalada, chilaquiles, además de sopa, arroz o espagueti, y un postre como flan o gelatina.

La segunda opción es la carta cantinera, con platos clásicos que no fallan: pastas, espaguetis y las infaltables milanesas, que aquí saben a hogar.

Y parte de esa experiencia inolvidable tiene nombre propio: Angie, quien forma parte del equipo y te recibe siempre con una sonrisa. Durante años ha sido una guía infalible para quienes buscan el mejor sabor del día. Si vas, pregunta por Angie; seguro sabrá recomendarte justo lo que debes probar.

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Cantina El Gallo de OroCortesía

Bar Gante

Dónde: Calle de Gante 8, Centro Histórico, CDMX

En el corazón del Centro Histórico, justo en el ahora peatonal callejón de Gante, se esconde uno de esos lugares que parecen detenidos en el tiempo, porque ya tiene casi 100 años de historia: el Bar Gante. Esta cantina nació para atender a una clientela elegante en los años dorados del México posrevolucionario. Hoy, con más de un siglo de historia, sigue siendo un espacio de tradición donde el sabor, el servicio y el ambiente conservan su esencia.

La terraza, con vista al ir y venir de los transeúntes, y su salón interior renovado, ofrecen dos formas de disfrutar este oasis urbano. Pero lo que no ha cambiado —ni debe cambiar— es su cocina, que honra recetas clásicas que se han ganado un lugar en la memoria de sus fieles comensales.

El imperdible de la casa es el Platón Gante: una oda a la cantina bien hecha. Incluye salchicha tipo alemana, una hamburguesa de carne de res al estilo tradicional, y la inconfundible ensalada blanca, cremosa, fresca, y perfectamente equilibrada.

Pero si hay algo que ha dado fama a este lugar es su carne tártara, preparada al momento, con un toque de anchoas que eleva todo el sabor. Es intensa, bien sazonada y absolutamente fiel a su herencia europea.

Y para los que buscan algo más reconfortante, la sopa Gante es una joya sencilla pero sabrosa: caldo de pollo casero, con pollito desmenuzado, huevo y queso. No falla. Con una versión pequeña te llenas, y si la acompañas con una cerveza bien fría o una cuba, sales renovado.

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Bar GanteCortesía

Cantina del Tío Pepe

Dónde: Independencia 26, Centro Histórico, CDMX

Detrás de los puestos ambulantes de la calle de Independencia, casi desapercibida para quien no la busca, se encuentra una de las cantinas más antiguas de la Ciudad de México, desde1869: la Cantina del Tío Pepe. Entrar aquí es como atravesar un portal: afuera el caos, adentro, el eco de un México que ya no existe pero que sigue vivo entre sus paredes.

El lugar ha resistido el paso del tiempo no solo por su historia, sino también por su interior intacto. El mobiliario original, la barra, los muros, las botellas, todo parece congelado en otra época. Aquí no se viene por la zona —que sin duda ha cambiado—, sino por la atmósfera, esa que sólo ofrecen los sitios donde se ha bebido durante siglo y medio.

La barra es el corazón del Tío Pepe. No es barato, pero es justo decirlo: han sabido capitalizar el valor histórico del sitio. Pedir una copa coñaquera de tequila o una cuba no es solo consumir una bebida; es sumarse, aunque sea por un momento, a la historia de esta cantina de culto. La comida no es el fuerte, pero este no es un lugar para comer en abundancia, sino para extender la sobremesa, brindar entre amigos o detener el tiempo con un buen trago en la mano.

Sí, es un espacio en cierta decadencia, pero también con un alma que no se ha apagado. Hay magia, y está en el detalle: en la plática que fluye sin prisa, en la madera gastada por miles de manos, en el silencio que se filtra entre copa y copa. Pocas cantinas quedan como ésta.

Cantina Tío Pepe–><!–>Enlace imagen

Cantina Tío PepeCortesía

Las cantinas no están de moda. Están vivas.

Algunas fueron restauradas, otras sobrevivieron por inercia, pero todas conservan lo que ningún bar moderno puede inventar: una atmósfera real. Aquí se sirven cubas, no cócteles de humo.

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