El crecimiento mexicano en un contexto más amplio

Cada cierto tiempo reaparece el mismo diagnóstico en titulares y redes sociales: México crece menos que América Latina. Las cifras de corto plazo parecen confirmarlo. En 2025, por ejemplo, organismos internacionales proyectan que Argentina liderará el crecimiento regional, mientras México apenas rondará el 1%. ¿Significa esto que nuestra economía va mal?.

No necesariamente. Comparar países con base en un solo año de datos es como juzgar un partido de fútbol por una jugada aislada. Un buen análisis requiere mirar la trayectoria completa. Y cuando lo hacemos, descubrimos que México ha crecido de forma menos espectacular que algunos vecinos, sí, pero también de forma más estable y con menos sobresaltos.

Buena parte del crecimiento acelerado que vemos en países como Argentina no obedece a un desempeño económico estructuralmente sólido, sino a efectos de rebote tras caídas pronunciadas. Cuando una economía sufre una contracción severa -por crisis financieras, políticas o sanitarias- el simple regreso a los niveles anteriores puede implicar tasas de crecimiento elevadas, pero engañosas. México, en cambio, lleva casi tres décadas evitando esas montañas rusas. Tras la crisis de 1994, adoptó una política fiscal más ortodoxa, controló su deuda pública, mantuvo una inflación baja y construyó instituciones macroeconómicas más sólidas. Esto ha limitado el margen para impulsos fiscales fuertes, pero también ha evitado los colapsos recurrentes. En vez de crecer con sobresaltos, México ha seguido una trayectoria más estable, quizás menos vistosa en el corto plazo, pero más confiable en el largo.

A eso se suma que muchas de estas economías son más pequeñas, con menor ingreso per cápita, lo cual facilita tasas más altas en términos relativos. Hay un fenómeno ampliamente documentado en economía: las economías más pequeñas y con menores niveles de ingreso tienden a crecer más rápido que las más grandes. ¿Por qué? Porque parten de más abajo. Tienen más brechas por cerrar, más terreno que recuperar, más productividad que ganar simplemente adoptando tecnologías ya existentes o mejorando infraestructura básica. No necesitan innovar ni liderar mercados globales: basta con ponerse al día.

A esto se le conoce como la hipótesis de convergencia. Un país que tiene poca maquinaria, baja escolaridad o sistemas logísticos precarios puede dar grandes saltos con inversiones modestas. En cambio, una economía más desarrollada -como México- enfrenta una frontera más exigente. Ya no basta con copiar o adaptar: hay que competir en sectores sofisticados, impulsar innovación y generar valor agregado en cadenas productivas más complejas.

Además, hay un efecto estadístico simple pero poderoso: no es lo mismo crecer 5% cuando se tiene una economía pequeña, que lograrlo con una economía grande. En términos absolutos, ese mismo 5% puede implicar transformaciones mucho más profundas en infraestructura, empleo e inversión cuando la base es reducida. Para una economía del tamaño de México, crecer 2% anual ya significa una expansión importante en valor agregado.

También hay que considerar la estructura productiva. Mientras muchos países sudamericanos dependen de materias primas -que los hacen vulnerables a los ciclos de precios internacionales- México apostó por una base industrial exportadora. Esto ha permitido insertarse en cadenas de valor más complejas, especialmente con Estados Unidos. No es casualidad que la economía mexicana sea más estable: es consecuencia de decisiones estratégicas de largo plazo.

Eso no quiere decir que estemos donde deberíamos. El gran reto de México es convertir esa estabilidad en bienestar tangible para su población. Porque sí, crecer con disciplina es importante. Pero crecer con inclusión lo es aún más. Y aquí es donde enfrentamos una paradoja. México no puede -ni debe- lanzarse a una carrera de gasto descontrolado como la que vemos en otras economías. Mientras Estados Unidos mantiene déficits fiscales gigantescos incluso en años buenos, México ha optado por la prudencia. Esa prudencia ha sido un ancla de estabilidad, pero también un freno al dinamismo.

Entonces, ¿cómo crecer más sin perder estabilidad? Esa es la pregunta clave para la próxima década. Porque si bien no está claro que México crezca “mal” comparado con la región, sí es evidente que puede -y debe- crecer mejor. El reto no es parecer más dinámico que Colombia o Perú en un año determinado. El verdadero desafío es demostrar que una economía de gran escala, con una base industrial compleja y una política fiscal responsable, también puede construir un sendero de crecimiento sostenido, innovador e inclusivo. México ya superó la fase de alcanzar a otros. Ahora le toca demostrar que también puede liderar.

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