Expectativas y empleos a la baja
“El único crecimiento que parece asegurado es el de la inflación y la desconfianza”, Macraf
En mi anterior colaboración (disponible aquí), advertí sobre los riesgos de que el Banco de México decidiera reducir su tasa de interés de referencia —de 8.5% a 8.0%— en un contexto donde la inflación no solo no cedía, sino que empezaba a mostrar señales de repunte. A la luz de los datos más recientes, esa preocupación no solo era válida: era inevitable.
La Encuesta sobre las Expectativas de los Especialistas en Economía del Sector Privado, publicada por Banxico, muestra que la inflación general esperada para el cierre de 2025 subió a 4.21%, mientras que la subyacente alcanzó 4.10%. Para 2026, las expectativas también siguen por encima del objetivo: 3.90%. Es decir, la inflación no se controla, y el mercado lo sabe.
Además, la estimación de crecimiento económico fue recortada de 2.0% a 1.8% para este año, y de 2.0% a 1.9% para el siguiente. A este ritmo, la economía no alcanza ni para mantener el mínimo crecimiento poblacional, mucho menos para generar empleos formales suficientes.
De hecho, el deterioro en el empleo es ya evidente: según datos del IMSS, al cierre de marzo se habían generado 226,731 empleos nuevos en el año. Para junio, el acumulado cayó a 87,287. Esto implica una pérdida de 139,444 puestos de trabajo en solo tres meses. Si consideramos que el país necesita crear al menos 100 mil empleos mensuales, a junio deberíamos llevar 600 mil. No llegamos ni al 15 % de esa meta.
Y mientras el empleo se desploma, la inflación repunta y la actividad económica se estanca, el banco central recorta la tasa. Oficialmente, para estimular el consumo. Pero en la práctica, parece más bien un alivio para las finanzas públicas. El gobierno ha incrementado su deuda interna, y con una tasa más baja, el costo de esa deuda disminuye. Pero ese respiro fiscal no es gratuito: lo paga la población, con pérdida de poder adquisitivo y sin opciones reales de mejora.
A esta narrativa, se suma una entrevista reciente al subgobernador del Banco de México Jonathan Heath, quien no solo votó por mantener la tasa sin cambios, sino que fue tajante: “La inflación no va para abajo.” Señaló que no hay señales claras de desinflación y que mantener los recortes sería precipitado. En su diagnóstico, los precios de los servicios —particularmente alimentos— siguen subiendo, y los bienes, que ayudaban antes a contener la inflación, ya no lo hacen. De hecho, la inflación en servicios ronda el 4.61%, mostrando resistencia estructural.
Más aún, advirtió que la inseguridad y la falta de competencia en sectores clave siguen elevando los costos, lo que hace más difícil reducir los precios. Añadió que las expectativas ya no están ancladas al objetivo del 3%, y que la brecha entre pronóstico y realidad está minando la credibilidad del banco central.
Incluso fue más lejos: afirmó que México podría estar entrando en una recesión suave o estancamiento económico, lo que, si bien suele ayudar a reducir inflación, no justifica seguir recortando tasas sin evidencia clara de que los precios vayan a la baja. En otras palabras: no solo bajaron la tasa en el peor momento posible, sino que podrían haber debilitado el margen de maniobra futuro.
Como si todo esto no bastara, la Secretaría de Hacienda celebró que la deuda pública se redujo en 0.1% real durante mayo. Un movimiento casi simbólico, que deja ver la urgencia de corregir el sobreendeudamiento acumulado —sobre todo en 2024— y que fue reconocido por la propia presidenta en su conferencia matutina.
Ahí mismo, aceptó que todavía hay corrupción en el gasto público, esa que se suponía extirpada desde 2018. Textualmente dijo: “Combatiremos áreas donde todavía hay corrupción.” También justificó nuevas reformas a la Ley de Obra Pública y a la de Adquisiciones para “hacer mucho más eficiente el gasto”, lo cual implica —aunque no se diga así— que el gasto del sexenio anterior fue ineficiente, desordenado y muchas veces por ocurrencia.
Y mientras todo esto ocurre, la encuesta del propio Banxico revela que el mercado ya anticipa que la tasa tendrá que volver a subir. La expectativa para cierre de 2025 es de 9.50%, muy por encima del nivel actual. El recorte fue anticipado, mal fundamentado y probablemente revertido.
¿Quién gana con estas decisiones? El gobierno, que gana tiempo.
¿Quién pierde? Las familias, que enfrentan precios más altos, empleo más escaso y un entorno económico cada vez más incierto.
De esta forma, seguimos viviendo entre cifras que brillan y bolsillos que no alcanzan.
*El autor es académico de la Escuela de Gobierno y Economía y de la Escuela de Comunicación de la Universidad Panamericana, consultor experto en temas económicos, financieros y de gobierno, director general y fundador del sitio El Comentario del Día y conductor titular del programa de análisis: Voces Universitarias.
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