El día que temblará el comercio global

Trump volvió a mover el tablero global. El domingo 6 de julio postergó sus aranceles del 9 de julio al 1 de agosto. No fue una concesión: fue una provocación calculada. Mientras tanto, el juego de estira y afloja arancelario causó frustración y nerviosismo. El presidente ganó: mantuvo a todos en el borde de sus asientos.
El aplazamiento fue parte de una estrategia deliberada para ganar tiempo y presión. La Casa Blanca, siguiendo la advertencia del secretario del Tesoro Scott Bessent, buscó más días para cerrar mini acuerdos comerciales bilaterales, especialmente con países aliados. Pero el mensaje es claro: la contienda va en serio, y Estados Unidos está dispuesto a redibujar las reglas del comercio global a su conveniencia.
Trump amenaza con imponer un arancel mínimo del 10 % a todas las importaciones y tarifas mayores propuestas: 50 % en acero y aluminio, 25 % en autos y autopartes, y hasta 145 % en productos chinos. Ha enviado cartas a más de 20 países, incluyendo aliados estratégicos como Japón, Corea del Sur y Sudáfrica, advirtiendo que a partir de agosto no habrá más prórrogas. Incluso países como Brasil y Turquía están bajo escrutinio, en una estrategia que mezcla presión comercial con señales geopolíticas.
Europa enfrenta un dilema incómodo: aceptar un acuerdo parcial para evitar aranceles punitivos o prepararse para contramedidas que, según el BCE, podrían elevar la inflación y frenar el crecimiento. Bruselas, que ya aplicó un 38 % a los autos eléctricos chinos en 2024, ahora duda entre alinearse con Estados Unidos en su ofensiva o apostar por una “tercera vía” que preserve su autonomía estratégica.
México, por su parte, goza de una exención parcial gracias al T-MEC, pero el arancel del 25 % sobre acero y aluminio sigue vigente como recordatorio de que ningún socio está completamente a salvo. Además, el nearshoring que había fortalecido al país tras la pandemia enfrenta ahora un nuevo obstáculo: reglas de origen más estrictas que impedirían que empresas chinas disfruten de ventajas bajo el paraguas del acuerdo. Washington evalúa incluso la trazabilidad de insumos críticos como baterías o chips para reforzar su política “Buy American”.
China no se ha quedado atrás. Respondió con aranceles del 84 % a bienes estadounidenses, amenaza con restringir exportaciones de tierras raras y dejó caer el yuan a mínimos no vistos en 18 años, una devaluación que amortigua parcialmente el golpe. El impacto, sin embargo, lo resiente el consumidor estadounidense en la caja registradora.
Mientras tanto, Wall Street alcanza nuevos máximos. Los mercados, lejos de inquietarse, apuestan a que el proteccionismo impulsará temporalmente las ganancias de las grandes empresas. Pero estos aranceles son impuestos disfrazados que los consumidores, especialmente los de menores ingresos, terminarán pagando.
Los expertos advierten que si todas estas medidas entran en vigor, podrían restar casi un punto porcentual al PIB de Estados Unidos y añadir hasta 3,800 dólares anuales en costos por hogar. La paradoja es brutal: la economía crece, las bolsas suben, pero el proyecto económico internacional que dominó desde el fin de la Guerra Fría está fracturándose. La globalización, tal como la conocíamos, se convierte en una serie de acuerdos fragmentados al servicio del poder.
El 1 de agosto será decisivo. Si Trump cumple su amenaza, se redefinirá el orden comercial global. Si se echa atrás, confirmará su reputación de retroceder ante la presión: otro TACO más (Trump Always Chickens Out). En cualquier caso, Europa y México deben estar preparados. Este no es solo otro berrinche comercial: es el laboratorio donde se rediseña el futuro del comercio global.