¿Y si el macho alfa no existe? Un nuevo estudio lo pone en duda en primates

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Un grupo internacional de investigadores analizó datos de 253 poblaciones de primates —como monos, lémures y loris— y concluyó que las relaciones de poder entre machos y hembras son mucho más diversas y flexibles de lo que se pensaba. De hecho, en la mayoría de las especies no hay una jerarquía fija entre sexos. Solo en el 17% de los casos observados, los machos dominaban abiertamente a las hembras. Y en el 13% ocurría lo contrario: eran ellas quienes llevaban el control. En la gran mayoría, el poder dependía de factores como el contexto, el entorno o incluso el número de machos y hembras en el grupo. “Durante mucho tiempo se creyó que una especie era dominada por machos o por hembras y que eso no cambiaba. Pero no es así de simple”, explicó a AFP la primatóloga francesa Elise Huchard, autora principal del estudio, publicado en la revista PNAS.
¿Cómo ganan poder las hembras? El estudio encontró que las hembras tienden a tener mayor control en ciertas especies, y que ese poder se relaciona, sobre todo, con el manejo de la reproducción. Por ejemplo, en los bonobos —una especie muy cercana a los humanos— las hembras no muestran señales físicas visibles de ovulación. Eso les da una ventaja: los machos nunca saben exactamente cuándo están fértiles, lo que impide que ejerzan un control total sobre el apareamiento. Así, son las hembras quienes deciden con quién y cuándo reproducirse. En otras especies, como algunos babuinos, las hembras sí muestran señales visibles de ovulación, como una hinchazón corporal. En esos casos, los machos intentan vigilarlas de cerca durante ese periodo para evitar que otros se apareen con ellas. Pero si no hay signos visibles, el control cambia de manos. El estudio también observó que en especies donde los machos cuidan a las crías —algo que ocurre en algunas especies de monos—, las hembras compiten entre sí por quedarse con el macho que brinda cuidados. En ese tipo de estructura, el poder de decisión de las hembras se incrementa. Además, en sociedades con fuerte competencia entre hembras, ellas tienden a establecer jerarquías claras y pueden excluir a otros individuos del acceso a ciertos recursos, incluidos los compañeros reproductivos. Esa rivalidad también fortalece su rol dentro del grupo.
¿Y los humanos? ¿Se puede aplicar esto a las relaciones entre hombres y mujeres? No directamente, pero el estudio sí ofrece pistas interesantes. Según Huchard, nuestras diferencias físicas entre sexos y nuestros sistemas de apareamiento flexibles nos colocan más cerca de las especies sin una dominancia sexual rígida. Además, los datos coinciden con lo que se ha visto en sociedades de cazadores-recolectores, donde hombres y mujeres suelen tener relaciones más igualitarias que en las sociedades agrícolas o industriales. En otras palabras, no hay una ley natural que diga que uno de los sexos debe dominar al otro. Ni entre los monos, ni entre los humanos.
Con información de AFP
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