Grande y hermosa

El presidente Donald Trump celebra este 4 de julio —día nacional estadounidense— con una pieza legislativa que lleva el sello inconfundible de su estilo: la “Big Beautiful Bill”, una ley grande y hermosa. Grande no sólo por superar las mil páginas, sino por sus ambiciones fiscales que abarcan casi todos los sectores de la economía. Y hermosa, probablemente, sólo para Corporate America, beneficiada con recortes impositivos que favorecen a los más ricos.

En esencia, esta ley prorroga los recortes fiscales del primer mandato de Trump, que estaban por expirar. Los republicanos la presentan como una extensión del status quo. Pero el consenso entre analistas económicos es otro: ese status quo es insostenible. El déficit presupuestario de Estados Unidos ronda ya el 6.7 % del PIB y todo indica que se mantendrá en ese nivel o incluso aumentará, arrastrando consigo los niveles de deuda.

A eso se suma que la tijera legislativa se ensaña con los eslabones más débiles, por ejemplo, se recortan programas de salud pública, como Medicaid. Además, se eliminan incentivos a las energías limpias. La famosa Ley de Reducción de la Inflación (IRA), aprobada bajo la presidencia de Joe Biden, otorgaba créditos fiscales que abarataban la construcción de fuentes de energía limpias. La nueva legislación borra ese avance de un plumazo.

El momento no podría ser más inoportuno. La demanda eléctrica en Estados Unidos crece a ritmos no vistos en décadas. Pensemos nada más en la inteligencia artificial, que tantos de nosotros utilizamos prácticamente a diario. Los centros de datos que entrenan estos modelos consumen cantidades colosales de energía. A ello se suma la creciente flota de vehículos eléctricos enchufados a la red y el aumento de temperaturas que dispara el uso de aire acondicionado. Si no hay oferta energética suficiente, los precios se dispararán.

Y ojo con México: la “Big Beautiful Bill” también tiene garras en materia migratoria. La ley incluye un nuevo impuesto del 1% sobre las remesas y limita el acceso de algunos inmigrantes a los créditos fiscales para seguros médicos. El cambio impide que muchos inmigrantes a los que se ha concedido asilo o el estatus de protección temporal puedan acceder a ellos.

Pero, desde mi perspectiva, lo que más llama la atención, tanto en medios estadounidenses como internacionales, es la forma en que se aprobó esta legislación. Muchos congresistas republicanos se oponen a buena parte de la ley. Aun así, votaron bajo la presión de cumplir con la fecha simbólica del 4 de julio, impuesta por el propio Trump como plazo para entregar la joya legislativa de su agenda.

Sin afán de forzar paralelismos, cuesta no pensar en lo que ocurrió esta misma semana en México durante el período extraordinario del Congreso. Aquí también se impuso una agenda sin matices, que incluyó reformas tan controvertidas como la incorporación de la Guardia Nacional a la SEDENA o la llamada “ley espía”, por las disposiciones para que el gobierno pueda acceder a los datos privados de las personas. El guión es el mismo: cumplir con la agenda del poder, se esté o no de acuerdo. Es el modus operandi de los populismos de nuestros días.

A propósito de lo que ocurrió en el Congreso mexicano, esta semana escuché una pregunta repetirse como eco incómodo: ¿serían igual de indiferentes ante los riesgos —y tan optimistas ante los resultados— si no estuvieran en el poder? Naturalmente, la respuesta es no. Porque muchas de las voces del oficialismo que hoy defienden estas leyes se opusieron a versiones diluidas de las mismas hace apenas una década. La historia tiene memoria. Y el poder, la mala costumbre de olvidar.

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