El déficit público podría no ser el que anunció Sheinbaum

El gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum estimó que el déficit público de este año será del 3.9% del PIB. Pero con los datos disponibles hasta mayo, eso no va a ocurrir. Todo apunta a que el déficit será bastante menor.

Según el reporte “Información De Finanzas Públicas y Deuda Pública, Enero‑Mayo de 2025”, publicado por la Secretaría de Hacienda el 30 de junio pasado, el déficit acumulado en los primeros cinco meses del año fue de 251,000 millones de pesos. Es menos de una cuarta parte del límite que el gobierno se fijó. Si el ritmo de ingresos y gastos se mantiene, el déficit de 2025 podría cerrar entre 2.1% y 2.6% del PIB. Muy lejos del 3.9% anunciado. Un logro que muchos, especialmente los adversarios de la 4T, no creyeron posible.

Lo más notable es que hubo un superávit primario: el gobierno tuvo más ingresos —209,000 millones de pesos— que gastos antes de pagar intereses de la deuda. La recaudación de impuestos subió casi 9% en términos reales, sobre todo gracias al ISR y al IVA. Y el gasto total cayó más de 5 por ciento. Fue una muestra de contención real, respaldada por la presidenta, que bien pudo haber hecho lo contrario. Sostener esa disciplina fiscal al arranque de su sexenio implicó asumir un costo político. Fue una decisión difícil, pero correcta, porque la contención fue necesaria sin que hasta ahora haya debilitado la imagen presidencial.

Por ejemplo: el dinero destinado a obras públicas cayó casi 30%, la Secretaría de Medio Ambiente gastó 73% menos que el año pasado y las de Turismo y Energía 90% menos. En muchos casos, el dinero simplemente no se usó. No porque no existiera, sino porque no se utilizó.

A pesar de todo eso, la deuda pública neta —lo que el gobierno debe, descontando el efectivo que tiene en caja— llegó a 17.98 billones de pesos, equivalente al 49.2% del PIB. No es poca cosa, pero tampoco representa un gran riesgo porque esa deuda es interna, con tasa fija y plazos largos.

¿Por qué importa reducir el déficit? Porque cuando el gobierno gasta mucho más de lo que ingresa, tiene que endeudarse. Y entre más grande la deuda, más altos los intereses. Controlar el déficit es una forma de evitar que el pago de la deuda acabe comiéndose el presupuesto. También es una señal que tranquiliza a los mercados, a las calificadoras y a los inversionistas que compran bonos del gobierno.

Pero no hay que engañarse: este esfuerzo por reducir el déficit no es gratuito. Representa un sacrificio para millones de mexicanos. Menos inversión pública, menos obra, menos servicios, menos transferencias. Y todo ese sacrificio es para corregir los excesos de AMLO, que gastó y endeudó sin medida al país para asegurar el triunfo electoral de Morena que, irónicamente, ya estaba garantizado en 2024. El despilfarro fue innecesario. Y hoy la factura la paga el país entero.

Si esta disciplina se mantiene, 2026 podría arrancar con un margen de maniobra real. Un déficit menor implica menos presión sobre la deuda, más espacio para invertir donde sí importa y una señal clara de que el país no está al borde del colapso, ni atrapado en el cortoplacismo de siempre: gastar sin medir, improvisar para evitar el desgaste y aplazar lo esencial. Todo eso, un logro real, en un año en que la economía apenas crecerá, si crece.

Facebook: Eduardo J Ruiz-Healy

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