La IA no reemplazará a docentes, pero sí transformará a educadores del futuro
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“Educar no es transferir conocimiento, sino crear las posibilidades para su producción o construcción.” Esta célebre frase de Paulo Freire, uno de los grandes pedagogos del siglo XX, cobra nuevo sentido en la era de la inteligencia artificial (IA). Hoy, cuando se multiplican los titulares sobre cómo la IA transformará todas las profesiones, vale la pena preguntarnos: ¿qué pasará con los docentes?
La respuesta corta es: la IA no los reemplazará, pero sí transformará radicalmente la actividad docente. Un educador extraordinario no solo enseña contenidos; inspira, acompaña y transforma vidas. Deja huella no por lo que explica, sino por cómo lo hace: su capacidad de conectar emocionalmente con sus estudiantes, su liderazgo basado en el ejemplo y su entrega a la mejora continua, tanto propia como del entorno de aprendizaje. Estas cualidades son las que dan lugar a lo que algunos llaman la “magia” del buen docente. Como bien expone Doug Lemov en Teach Like a Champion, esa magia puede analizarse, aprenderse y replicarse parcialmente, pero sigue teniendo una dimensión humana —empática, ética, emocional— que ninguna máquina ha logrado simular de forma auténtica. Esa “magia” no está al alcance ni siquiera los más avanzados agentes educativos artificiales con sus exhuberantes respuestas y sus vasto dominio de todo tipo de contenidos. César Bona, nominado al Global Teacher Prize y referente en innovación pedagógica, insiste en que la educación no es solo preparar para los exámenes, sino para la vida. El reconocimiento a docentes como él, o como Andria Zafirakou, Peter Tabichi y Keishia Thorpe —ganadores del mismo galardón—, pone en evidencia que la sociedad sigue valorando profundamente la vocación, la entrega y el impacto emocional del profesorado. Sin embargo, el rol del docente sí está cambiando, y no por capricho tecnológico, sino por necesidad pedagógica. El conocimiento ya no está confinado al aula ni al libro de texto; hoy está al alcance de un clic —o un prompt bien formulado. En este contexto, el educador se convierte en un facilitador del aprendizaje crítico y reflexivo, que guía a sus estudiantes no solo en lo que deben aprender, sino en cómo aprender a aprender y cómo convivir con tecnologías que evolucionan cada día. Mientras que la industria farmacéutica puede tardar una década en desarrollar una nueva medicina, la inteligencia artificial redefine lo posible cada seis meses. En ningún otro sector la innovación avanza a la velocidad con la que hoy evoluciona la IA. Uno de los mayores desafíos de la IA en la educación es no caer en la trampa del reemplazo automático. La IA puede personalizar el aprendizaje, identificar lagunas de conocimiento en tiempo real y ofrecer retroalimentación inmediata. Puede incluso traducir, resumir, proponer ejercicios o generar simulaciones. Pero no puede —ni debe— suplantar la relación humana entre un docente y sus alumnos. La evidencia apunta en la misma dirección: en la mayoría de los estudios recientes, tanto estudiantes como padres manifiestan una clara preferencia por modelos híbridos, donde la IA complementa al docente, pero no lo sustituye (OECD, 2023). La educación sigue siendo una experiencia social, emocional y comunitaria, y eso no se reemplaza con algoritmos. Dicho esto, sí se transforma el perfil del docente del futuro: será alguien capaz de usar herramientas de IA de forma crítica, ética y creativa. Un profesional que no solo domine su disciplina, sino que entienda cómo se aprende en la era digital. Un mentor que enseñe a sus estudiantes a distinguir entre información y conocimiento, entre datos y sabiduría, que fomente habilidades humanas insustituibles como la empatía, la colaboración y la resiliencia. Para lograrlo, necesitamos sistemas educativos que inviertan en formación docente continua, que exploren la IA con curiosidad pero también con responsabilidad, y que pongan en el centro a las personas, no únicamente a la tecnología.
La IA en la educación ofrece enormes oportunidades para mejorar la eficiencia, personalizar el aprendizaje y promover la inclusión. Pero también plantea retos éticos, técnicos y sociales: sesgos en los algoritmos, privacidad de datos, brechas digitales, dependencia tecnológica. Su impacto será positivo solo si se implementa con equidad, responsabilidad y un enfoque centrado en el ser humano. En suma, el futuro de la educación no será sin docentes, sino con docentes distintos. Más empáticos, más digitales, más reflexivos. La IA puede ser su mejor aliada, pero nunca su reemplazo. Porque, como dijo Freire, enseñar no es transferir conocimientos, sino abrir caminos. Y esa sigue siendo, por ahora, una tarea profundamente humana. ____ Nota del editor: Carles Abarca es vicepresidente de Transformación Digital, Tecnológico de Monterrey. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor. Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión
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