Trump y el Magaverso
Desde que inició su campaña presidencial, Trump dejó muy claro que recurriría a los aranceles como herramienta predilecta. Por ello, a nadie debió sorprender que desde el primer día anunciara una ráfaga de aranceles en contra sus principales socios comerciales. Lo que casi nadie pudo prever fue la locura que seguiría. En menos de seis meses se han impuesto nuevos aranceles (a productos fuera del T-MEC), incrementado existentes (acero y aluminio), anunciado y luego suspendido (autopartes); se han pausado (aranceles recíprocos), renegociado aranceles específicos (jitomate mexicano); se pausaron aranceles que ya se habían pausado (con la Unión Europea) y disminuido (en el último acuerdo con China). Por ahora.
Es cierto que existe un debate legítimo sobre la necesidad de aplicar aranceles para corregir desequilibrios estructurales de la economía global, como los superávits y déficits persistentes en la cuenta corriente. Sin embargo, ningún economista serio que considera necesario recurrir a medidas arancelarias para corregir estos desequilibrios, coincide con la política comercial de Trump. En su libro, Las guerras comerciales son guerras de clases, Michael Pettis y Matthew Klein argumentan que las disputas comerciales no son conflictos únicamente entre países, sino también reflejo de desigualdades internas. Los excesos de superávits o déficits contribuyen a profundizar esas brechas económicas.
Desde 2016, decenas de columnas y opiniones han tachado a Trump de ignorante por no comprender que los aranceles no corrigen los déficits. A estas alturas, me resultan más ignorantes quienes aún creen que Trump desconoce esa información. Si ya es bastante complicado explicar los factores detrás de la inflación y por qué un cartón de huevos es cada vez más caro, imagínense hacer campaña prometiendo “reducir el déficit de la cuenta corriente producto de un exceso de ingresos en la cuenta de capital derivado del privilegio exorbitante del dólar como moneda de reserva” ¿Quién votaría por un político con esa plataforma? Por supuesto que nadie.
Es mucho más rentable llevar el problema macroeconómico al mundo terrenal y a un componente de esa ecuación: el comercio internacional. Y es que el déficit comercial se ajusta –como anillo al dedo– a uno de los mitos centrales del mundo MAGA: Estados Unidos es el gran perdedor de la globalización. Como si se tratara de un universo económico paralelo, el Magaverso concibe a las importaciones como sinónimo de pérdida y debilidad. Y pocas cosas resuenan tanto en el ethos americano como la idea de que alguien, o un país entero, sea un perdedor.
Pero en el mundo real, un incremento en las importaciones también puede reflejar mayor poder adquisitivo. A mayores ingresos, mayor acceso a bienes y servicios. Piense en su propio bolsillo. Si usted recibiera un aumento considerable en su sueldo, lo más probable es que aprovechara el ingreso extra para adquirir bienes y/o servicios que antes escapaban de su presupuesto. Con ese extra, incluso prefiera contratar a otros para que hicieran tareas que usted no desee realizar. El comercio internacional opera de forma muy similar.
No obstante, en el universo de Trump impera otra lógica. En esta realidad paralela, que retoma postulados mercantilistas, las relaciones comerciales son vistas como un juego de suma cero: si uno gana, el otro debe perder. Es decir, si otros países producen bienes que hace unas décadas se realizaban en Estados Unidos, significa que los extranjeros se llevaron esos empleos a costillas de los estadounidenses. Y si alguien aún dudase de la existencia del Magaverso, no hay mayor prueba que la declaración del secretario de comercio Howard Lutnick sugiriendo que muchos de estos trabajos deberán regresar a Estados Unidos y que “un ejército de millones y millones de estadounidenses colocando tornillos para fabricar un iPhone” es el nuevo sueño americano.
Cuando un ciudadano del Medio Oeste observa que casi todo lo que consume es Made in China y que las fábricas que conoció en su infancia –y sostenían la economía local– desaparecieron, la idea de proteger a industrias americanas mediante aranceles le resuena profundamente lógica. A esa persona le es irrelevante que Estados Unidos sea superavitario en algo tan invisible como la economía digital. No olvidemos una de las máximas más importantes en política: percepción es realidad. Y los postulados maganómicos cumplen con la importantísima función de explicar. Pero hasta ahí.
Pues, en el Magaverso lo importante es el relato, no el resultado. A diferencia de los primeros mercantilistas, las premisas maganómicas surgen –y sacan provecho– de la crisis del orden liberal. Con el colapso de este modelo, no sólo se vino abajo una estructura de pensamiento económico, sino un conjunto de ideas que formulaban la visión y el lugar de un país en el mundo. Entre de los pilares más golpeados de dicho sistema, destaca el providencialismo mesiánico que aseguraba que a mayor trabajo, mayor bienestar. Al derrumbarse esa promesa, el individuo quedó sólo, a merced de sí mismo y enfrentando la responsabilidad absoluta de su destino. Y si ya no hay más certidumbre económica ni ancla moral ¿qué más puede quedar? Pareciera ser, como en muchos de los cómics, que sólo un millonario con superpoderes les puede salvar.
Como una suerte de anti-héroe, Trump exime al individuo de toda responsabilidad y mediante una explicación muy simple, le devuelve la dignidad: no eres tú, son los otros, los forasteros; y ahora sí, con cuantiosos aranceles, se las vamos a cobrar. Y aunque en esta etapa de la trama el relato económico del Magaverso pareciera triunfar, conviene recordar que sus postulados no se basan en la realidad. Mientras los principios que sostienen al comercio internacional –como la ventaja comparativa– han estado vigentes por más de dos siglos, los de Trump (si es que tiene algún principio), son desechados hasta por él mismo, cada vez que se desdice de imponer un arancel.
Hace unas semanas, en su columna dominical Luis Rubio conducía un análisis en torno a la caracterización del Sr. Trump: ¿es un frío calculador o simplemente un oportunista de la circunstancia? Al igual que Rubio, tiendo a inclinarme a pensar que el Magaverso y la narrativa detrás, están diseñados con tal precisión quirúrgica que resulta difícil asumir que se trata de una improvisación más. Este anti-héroe ¿o villano? es plenamente consciente que es más fácil y barato impulsar la idea de la protección hacia el exterior, que dotar de las herramientas necesarias a su población –como educación y salud– para detonar su competitividad y prosperidad. Sobreproteger a industrias, como a personas de la exposición al comercio internacional es un arma de doble filo. Si bien los aranceles pudieran ser eficaces en contextos específicos, el proteccionismo generalizado termina siendo una factura que alguien debe pagar. Spoiler alert: serán los más débiles.
Pese a ello, como lo advirtió un titán del siglo pasado, Martin Luther King, yo sigo creyendo que el “arco de la Historia siempre se inclina hacia la Justicia”. A lo mejor la que vive en una ficción soy yo. De aprobarse el Big Beautiful Bill, se añadirán 3.4 trillones de dólares más a la deuda, agravando el problema estructural que enfrenta la economía de Estados Unidos (y del mundo). Tarde o temprano, la ficción siempre se topa con la verdad. Y cuando los estadounidenses crucen del Magaverso hacia la realidad –porque lo harán–, se encontrarán con una economía más cerrada, más costosa y como ya lo revelan los datos, con menor calidad y expectativa de vida. Tal vez entonces recuerden una de las consignas más emblemáticas de su propia historia: “no se trata de lo que tu país pueda hacer por ti, sino de lo que tú puedes hacer por tu país.” El héroe habita en uno mismo. El gran desafío, y mi mayor temor, es que esa toma de conciencia no ocurra por la vía pacífica, en un país armado hasta los dientes.
X: @renata_zilli