Taxco de mis amores
“A la esperanza pido engaños que alimenten mis deseos.” Juan Ruiz de Alarcón.
Dedico este texto a los taxqueños y a su tierra.
Frente al desprecio por la humanidad que se desborda en las calles de Los Ángeles, las solicitudes norteamericanas para la extraditación de políticos mexicanos con vínculos con los cárteles o la creciente red de tortura y desapariciones que nos fracturan cada día, aún existen sitios en nuestro país que luchan por florecer y lo hacen a capa y espada. Contracorriente.
Estuve en Taxco y regreso con el corazón más grande, pues si bien llegé al pueblo de Juan Ruiz de Alarcón con el fin de conectar con mis raíces, el reencuentro con sus callejones, su plata y su gente, me llama volver, pero más aún, me exige entender la forma en que el crimen organizado desaparece localidades enteras, suprime futuros y provoca el desplazamiento interno forzado en un país, que si bien está formalmente en paz, sobrevive en medio de una guerra que no tiene para cuando acabar.
Para hablar de Taxco es preciso viajar en el tiempo e imaginarse la amplitud de su magnificencia. Poblada en un inicio por matlazincas, chontales y tlahuicas jugadores de pelota y tributarios de los mexicas, para la colonia, en Taxco florecían el barroco y la minería, se construía el primer baño ritual hebreo de Latinoamérica y la localidad veía prosperar, pero también ocultarse de la Santa Inquisición a los judíos conversos y familiares de Luis de Carbajal y de la Cueva, el viejo, y de su sobrino, Luis de Carbajal, el mozo, fundador de Nuevo León, poeta, místico y primer escritor judío del contienente, quemado en la hogera en diciembre de 1596.
Además de las trazas prehispánica, colonial y cripto judía, para la década de los veinte y treinta del siglo pasado, Taxco se convirtió en uno de los centros de producción artística del más alto nivel, de la mano William Spratling, impulsor del renacimiento de la platería y del folclor mexicanos quien, junto con el muralismo y la exposición “Veinte siglos de arte mexicano” (Nueva York, 1940), potenciaron el intercambio cultural y por ende, las relaciones entre México y Estados Unidos.
A pesar de todo lo bello que he mencionado, confieso que algunos parajes de Taxco hacen evidente que hasta hace muy poco, esta espectacular población era víctima de enfrentamientos por plazas, violencia extrema y el descuido de sus gobernantes que llevó al cierre de comercios, escuelas y cientos de personas desaparecidas que siguen sin dar señales de vida.
Por que las calles hablan, y aunque anuncien actividad con la circulación de guías, vendedores y más turistas -se afirma que la ciudad ha recuperado el 50% de sus visitantes extrajeros-, es imposible dejar de mirar las fotografías de hombres, mujeres, ancianos y niños desaparecidos, aunque se tenga frente la imponente fachada barroca de Santa Prisca. Tampoco se deja de sentir el dolor y la rabia de los familiares que visibilizan la ausencia de los suyos y claman por justicia. Lástima que esto no se solucione colgando los retratos en la árboleda de un zócalo convertido en un escenario más de la impunidad.
Las buena noticia es que según un par de taxistas y un historiador con el que tuve el honor de visitar la parroquia mayor y sus alrededores, el actual presidente municipal de Taxco ha detenido la violencia y “ya no se ven patrullas ilegales en la noche, ni tanta gente armada como hasta hace poco”.
Para cerrar. Comparto que resultó muy feliz visitar el mural de Juan O’Gorman en el hotel Posada de la Misión, una muestra más de la voluntad y los desos de salir delante de los taxqueños.
Realizado entre 1955 y 1956, el espléndido relieve en mosaico y piedras originarias de Guerrero, opera como un ex voto que O’Gorman dedica “A nuestro rey y señor Cuauhtémoc”. Con la dinámica de un retablo católico perfilado con la bandera mexicana y el estandarte azteca, imágenes de Quetzalcóatl, un juego de pelota, un águila, Vicente Guerrero, un obrero y una familia de campesinos característicos del discurso del progreso de la Revolución entre muchos otros elementos, el mural de O’Gorman nos recuerda la gloria de Taxco y del mismo estado de Guerrero, su época de oro y glamour, pero más que nada de los tiempos de paz que todos anhelamos.
Ojalá las cosas sigan mejor.