Liderar con propósito, el desafío de inspirar a las nuevas generaciones

Durante décadas, el liderazgo organizacional estuvo asociado a la toma de decisiones firmes, a la autoridad jerárquica y a la capacidad de mantener el rumbo a pesar de cualquier situación. Ese modelo, sin duda, construyó empresas sólidas, procesos eficientes y resultados medibles, pero el mundo cambió, y con él, también el tipo de liderazgo que las nuevas generaciones esperan y necesitan de quienes están al frente.
Liderar en el contexto actual implica entender que estamos frente a una transformación cultural profunda, una que no sólo modifica la forma de trabajar, sino también las expectativas de quienes forman parte del entorno laboral. Las personas ya no solo buscan estabilidad o crecimiento profesional, sus prioridades más importantes son: bienestar, propósito y líderes que escuchen, inspiren y actúen con empatía.
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Desde mi rol de liderazgo, soy plenamente consciente del contexto que enfrentamos. En un entorno donde el 75% de las y los trabajadores en México experimenta fatiga por estrés laboral de acuerdo con datos del IMSS, no podemos seguir operando bajo los mismos esquemas de siempre, pues esto evidencia una desconexión entre la manera en que lideramos y las necesidades reales de nuestros equipos.
He aprendido que la fatiga muchas veces surge de la falta de autonomía, del reconocimiento que se posterga o de no contar con espacios seguros para expresarse. Liderar hoy implica adaptarse, cuestionar viejas fórmulas y construir entornos donde el bienestar no sea un beneficio adicional, sino parte integral de la estrategia.
Por eso, las y los líderes de hoy debemos preguntarnos: ¿estamos realmente preparados para escuchar? ¿Para acompañar? ¿Para transformar la exigencia en inspiración y el control en confianza? El liderazgo contemporáneo exige habilidades que no siempre se enseñan en las escuelas de negocios: inteligencia emocional, humildad para aceptar errores, capacidad de desaprender lo aprendido y, sobre todo, valentía para reconocer que liderar ya no es mandar, sino servir.
Pero esto no significa que todo lo anterior deba desecharse. Hay elementos del liderazgo tradicional que siguen siendo valiosos: la disciplina, la visión estratégica y la orientación a resultados. Lo que cambia es la manera de ponerlos en práctica. Hoy, la claridad es más efectiva cuando se comunica con cercanía. La exigencia es más productiva cuando se equilibra con el bienestar. La autoridad es más poderosa cuando se ejerce desde la coherencia.
Los jóvenes no rechazan la idea de tener líderes; lo que rechazan es la desconexión, la incongruencia o la falta de sentido. Están listos para comprometerse, innovar y aportar ideas, pero solo lo harán si sienten que su voz importa, su salud emocional se cuida y sus valores se alinean con los de la organización.
Desde mi experiencia, he confirmado que un buen liderazgo no impone, sino que inspira. Y esa inspiración se construye todos los días, en cada conversación uno a uno, en cada reconocimiento auténtico, en cada decisión que prioriza a las personas por encima de los procesos. Esa es, quizá, la parte más desafiante y transformadora del liderazgo actual.
Y en medio de tantos cambios, hay algo que sigue vigente: las organizaciones que perduran son aquellas que han sabido adaptarse, sin perder de vista lo esencial. En mi caso, a lo largo de los últimos 28 años, he sido testigo de cómo una empresa que está cumpliendo 80 años, puede evolucionar tecnológicamente, reinventarse estratégicamente y, al mismo tiempo, preservar una convicción inalterable: que el liderazgo humano es el motor más poderoso de cualquier transformación.
Hoy más que nunca, quienes lideramos tenemos una responsabilidad con las nuevas generaciones. No se trata solo de guiarlas en su crecimiento profesional, sino de construir con ellas una nueva cultura de trabajo: una donde la exigencia no esté desvinculada del bienestar; donde el éxito no implique sacrificar la salud; donde la innovación también signifique cuidar, conectar y evolucionar juntos.
El liderazgo no es un destino, es un camino que se recorre con humildad, consciencia y la voluntad constante de mejorar, y si algo permanece en medio del cambio, es el impacto que puede tener un buen liderazgo en la vida de las personas. Ese es, y seguirá siendo, el verdadero legado.
* Por Jesús Carmona, CEO de Schneider Electric para México y Centroamérica