México en la carta: chefs que narran el paisaje mexicano con cada platillo

El verdadero lujo en la cocina no siempre está en el ingrediente más caro, sino en la mirada que lo transforma. Así quedó claro en la cena orquestada por los chefs ejecutivos de Velas Resorts en la Ciudad de México, donde cada platillo presentado fue un acto de pertenencia. Lejos de fórmulas turísticas o recetarios estandarizados, la propuesta fue un viaje por el México más sensorial.
La cena fue guiada por el chef Mikel Alonso, quien con su sensibilidad habitual tejió el hilo conductor de una narrativa profunda, donde el territorio dictó el lenguaje de los platos. Cada uno de los chefs —Nahúm Velasco (Grand Velas Riviera Maya), Guillaume Morance (Grand Velas Riviera Nayarit), Andrés Suárez (Grand Velas Los Cabos) y Roberto Vázquez (Velas Vallarta)— interpretó el entorno que habita no como una postal, sino como una pulsación.

Tiradito de kampachi y ceviche de pork belly
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En el caso de Casa Velas y Velas Vallarta, la voz fue la del chef Roberto Vázquez, quien propuso un tiradito de kampachi que “murmura”, acompañado por crema de habanero y vinagreta de fresa: una ola detenida en el tiempo, según dijo el chef Mikel Alonso. Lo siguió un ceviche de pork belly con pulpo que habla de la costa.
Desde la exuberancia de la Riviera Nayarit, Guillaume Morance presentó una terrina de foie gras con higo en vino tinto y crumble de frambuesa: una elegía suave que recuerda que comer también es detener el tiempo. En Riviera Maya, el chef Nahúm Velasco ofreció una pesca con puré de maíz y recado que invocó el arraigo profundo y sopa de lima.
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Terrina de foi gras.
En el extremo opuesto del mapa y del paisaje, el chef Andrés Suárez dibujó el dramatismo de Los Cabos con un solomillo acompañado por puerro en mantequilla, berenjena y ajo.
El momento más íntimo llegó con la propuesta de Mar del Cabo. Una mini paleta de coco con vainilla, maracuyá y oro comestible funcionó como metáfora de lo invisible que permanece. Cerró la velada Grand Velas Boutique Los Cabos con un creme brulee de plátano, aceite de oliva, sal y flor de pensamiento: el “último verso”.
Más allá de las etiquetas o los destinos de playa, la verdadera constante fue una: chefs que entienden y logran narrar el lugar del que proviene el producto.
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