Dos poetas y una cuestión de elecciones

Dos poetas y una cuestión de elecciones

1.

¿Qué será lo que espero?, a veces suponemos se preguntaba continuamente Ramón López Velarde. Nacido en Jerez, Zacatecas, en junio de 1888. Desde los 12 años se enfrentó a la desesperanza de comprobar que el seminario conciliar no era lo que quería para su vida. Fue a San Luis Potosí a estudiar leyes y tampoco resultó. Afortunadamente para nosotros, sus lectores, en su peregrinar buscando esperanzas cumplidas se puso a escribir. Midió exactamente la distancia que había entre un abogado y un poeta, y aunque se sintió atraído por el fuego de las ideas revolucionarias y dedicó algunas letras al Partido Antirreeleccionista, tampoco le resultó. Seguramente lamentaba cómo, poco a poco, iban desapareciendo sus ilusiones y esperanzas por culpa de los horrores y la violencia de la Revolución y decidió trasladarse definitivamente a la Ciudad de México.

Los dientes de la poesía ya se habían clavado en su alma para siempre y López Velarde ya no soltó la pluma. Dedicó lo más sensible y apasionado de sus letras a escribir todo lo que provocaba el son de su corazón y le hacía hervir la sangre. Lo devoto, lo sensual y muchas mujeres, es cierto. Las que tuvo, no tuvo, o anhelaba- regalando a sus lectores la posibilidad de elegir entre la zozobra de sus versos a Margarita, (“Tus otoños me arrullan/ en coro de quimeras obstinadas;/ vas en mí cual la venda va en la herida”); o las líneas dedicadas a Fuensanta (“¿tú conoces el mar? / Dicen que es menos grande y menos hondo que el pesar”.).

Cuentan que el poeta, al final de su vida, encontró a una gitana que le predijo que debía esperar una muerte por asfixia después de un paseo nocturno. “Nada me han predicho que sea cierto”, tal vez pensó. Y siguió caminando.

2.

Le decían el Cocodrilo, pero su nombre completo fue Efrén Huerta Romo. (Lo de “Efraín” fue un cambio de nombre sugerido por sus amigos poetas, “por ser más armónico y digno de un escritor”). Nacido en Silao, Guanajuato, en junio de 1914; murió en la Ciudad de México en 1982. Su lista de premios y publicaciones fue larga e impresionante y, leerlo, develar una página gloriosa e inaudita de la poesía mexicana.

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Foto: Efraín Huerta

Después de un constante trajinar entre Silao, Irapuato, León y Querétaro, Efraín Huerta llegó a los 16 años a la capital mexicana. Quiso estudiar dibujo en San Carlos, pero terminó cursando el primer año del bachillerato en Filosofía y Letras, en la famosa “Perrera” de San Pedro y San Pablo, para después inscribirse en San Ildefonso. Allí se torcería su destino para después enderezarse y engrandecerse. Conoció a personajes que escribieron poesía en esos años, entre los que estaban Octavio Paz, Enrique Ramírez y Ramírez y Rafael López. Este último, en un texto titulado “Sí, Efraín, me acuerdo…” aparecido en La Cultura en México en 1974 escribió:

“Efraín, Enrique y yo fuimos a pie desde la calle de San Ildefonso hasta el departamento donde vivía el primero con su familia. En un pequeño cuarto con vista a los árboles, tenía Huerta sus libros y una mesa con papeles escritos con esa esbelta letra suya. Allí estaba, inédito, Absoluto amor, Enrique y yo los leímos, cada uno en silencio; Efraín fumaba interrogante. Ramírez y yo nos vimos a los ojos y, casi al mismo tiempo, dijimos: “debes publicar este libro inmediatamente”. Efraín sonrió entre dudoso y entusiasta. Poco tiempo después el libro salía de la imprenta y el nombre de Efraín Huerta empezó a ser conocido. Todavía hoy lector querido, es un gozo leerlo. Le comparto uno de sus Poemínimos para que lo use a placer: “Ahora me cumplen / o me dejan como estatua”.

3.

Hoy que ya es lunes, hablar del ayer parece inútil. Muy tarde, a destiempo, nos encontramos el Diccionario de los políticos de Juan Rico y Amat que bajo el rubro “Elecciones” dice: “El prólogo de una comedia: como tal no se respetan en ellas las reglas de bajo el rubro “acción, tiempo y lugar. Es una batalla campal donde se vence, no por el número de los soldados sino por la estrategia de los generales. (…) Es también el sepulcro de las ilusiones de unos y la cuna de las esperanzas de otros. Más adelante crítica las estructuras que llevan al engaño lo mismo a liberales que a conservadores, igual a los de derecha que a los de izquierda. A los políticos los califica de demagogos, retóricos, especialistas en el autoelogio y el drama teatral”.: y editorializa: al decir:”¿No causan indignación y asco al mismo tiempo los viles medios de que se han valido hasta hoy los partidos políticos para falsear a cada instante las principales bases del gobierno representativo?”. El término “elector” está definido así: “una masa suave y blanda que se presta a toda clase de formas” y cuyo nombre es “un sarcasmo sangriento” porque es tan cándido y bonachón “que no se da cuenta que hace todo menos elegir”.

Valga la libresca referencia como dato curioso o para reafirmar que, si de elecciones se trata, lector querido, hay que tener cuidado al elegir a los adversarios porque uno puede terminar pareciéndose a ellos.

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