Lo que se llevó el tren

En estos tiempos de memoria y cuento, de narrativas varias que aspiran a un público atento, de poco sirve arrojar el anzuelo con una noticia, obituario, crónica o semblanza, pero contar la historia de una saga que termina todavía funciona ¿no es así lector querido? Hoy, por ejemplo, es un día que se registra en el almanaque de nuestra historia nacional como el final de una época pues fue el l 26 de mayo de 1911 cuando un tren se llevó a Porfirio Díaz al puerto de Veracruz para embarcarse hacia el exilio.

Tras su renuncia a la Presidencia de la República el día anterior, tan esperada por muchos y tan temida por otros, el más famoso de nuestros dictadores, nombró en su lugar, con carácter de interino, al licenciado Francisco León de la Barra, En la trayectoria de México a Veracruz, lo escoltaría el general Victoriano Huerta, el más famoso, mezquino y cruel de nuestros traidores. Sin embargo, el tren que se llevó a Porfirio Díaz no se llevó ni los mitos, ni las realidades de su figura y de su historia. Y es que la imagen de Porfirio Díaz, como el color de su piel en las fotografías y retratos cambió mucho con los años. En algún momento su tez fue clara y luminosa, después aparecía oscura y cruel. Y las diatribas sobre su persona corrieron la misma suerte: algunos dijeron que era un héroe, otros lo trataron de villano. No faltaron quienes le concedieron atributos de emperador, intenciones de empresario y virtudes militares, tampoco los que señalaron defectos como gobernante, desprecios por su origen étnico e insultos por su condición social. (Y es que hasta las memorias tienen su propia historia, lector querido. A veces oficial y otras veces no tanto).

Nacido en Oaxaca en 1830, con el nombre de José de la Cruz Porfirio Díaz Mori, fue el mexicano, que más veces y por más tiempo ejerció el cargo de presidente de México. Fue electo nueve veces y gobernó, con cortas interrupciones, desde 1876 hasta 1911. Héroe de la Reforma, avezado estratega militar y con una vida privada llena de romances, el general Díaz siempre levantó polémica. Por ello, y por las pasiones de la Revolución, fue calificado de sangriento, injusto y enfermo de poder mientras sus partidarios lo halagaban de hombre progresista que había llegado a la cumbre desde abajo y regalado a México estabilidad y progreso.

El porfiriato se había proyectado como un régimen de bonanza, insuperable estructura económica y magnificencia cultural, otorgándole a México un lustre internacional que nunca había tenido. La prensa parecía repetir lo escrito en el antiguo Monitor Republicano: “el nombre de Porfirio Díaz es un talismán prodigioso, magnético, que arrastra a las masas hasta el delirio”

Todo cambió cuando llegó el siglo XX. Parecía que el barco iba viento en popa, pero la favorable opinión pública comenzó a hundirse. Apareció un diario llamado México Nuevo en la ciudad de México fundado por Juan Sánchez Azcona que al principio apoyó la reelección de don Porfirio, pero más pronto que tarde cambió de línea editorial y se colocó del lado del antirreeleccionismo. Pocos meses después, apenas en agosto, surgió el periódico Regeneración de los hermanos Jesús y Ricardo Flores Magón.

A partir de aquel momento los hechos y los presagios que anunciaban la caída de Díaz se sucedieron uno tras otro. En 1901, antes de que saliera el número 39 de Regeneración, los hermanos Flores Magón fueron aprehendidos. En 1902, el periódico estadounidense, The Mexican Herald publicó que sólo existían dos posibles candidatos para la sucesión presidencial: Bernardo Reyes y José Ives Limantour, sin mencionar al general Díaz para nada. En 1903 se fundó el Club Antireelecionista Redención, que publicó un manifiesto advirtiéndole a Díaz que, si insistía en reelegirse en los comicios del 1904, estaría precipitando al país a una guerra civil. El 11 de julio, día en que se llevaron a cabo las elecciones, el conteo se hizo tan rápidamente que, a las diez y cuarto de la noche, se anunció a los habitantes de la Ciudad de México que Porfirio Díaz y Ramón Corral habían resultado electos por unanimidad.

Poco tiempo faltaba para que la furia del engaño y los ideales de justicia se organizaran en una Revolución. Los periódicos en contra del régimen se multiplicaron y en vez de artículos elogiosos se publicaron manifiestos. En el norte del país comenzó a hablarse de tomar las armas y en el año de1909 llegó a la mesa de noche de don Porfirio un libro que se llamaba La sucesión presidencial de 1910, cuyo autor se llamaba Francisco I Madero. El brillo de la fiesta, las adulaciones y la paz porfiriana habían terminado para siempre.

El último día del mes de mayo de 1911 zarparía el vapor Ipiranga. Dicen que el desterrado general Díaz no derramó lágrimas hasta que la embarcación se alejó de los muelles veracruzanos y se perdió en el horizonte, cuando ya no se distinguía ni la sombra de la Isla de Sacrificios.

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