La IA no es una herramienta de trabajo
Una parte significativa del discurso empresarial sobre la inteligencia artificial (IA) gira en torno a sus beneficios productivos: automatización, eficiencia, ahorro. Pero una tendencia emergente debería mover ese eje de análisis. En 2025, el uso número uno que las personas están dando a esta tecnología no es redactar correos ni generar informes: es buscar acompañamiento emocional.
Según el estudio Los 100 principales usos de la IA generativa en 2025, publicado por la revista Harvard Business Review y elaborado por Marc Zao-Sanders, el uso más común de la IA este año es el de “terapia o compañía”, definido como apoyo emocional a través de conversaciones simuladas. Basado en testimonios reales recabados en comunidades digitales, éste encabeza el ranking.
Este hallazgo es de gran relevancia, pues la inteligencia artificial se está usando no sólo para trabajar, sino para sostener emocionalmente a quienes trabajan. No como complemento de un terapeuta profesional, sino como la única “presencia” disponible, accesible y libre de juicio.
La pregunta que surge es: ¿qué tan solas se sienten las personas como para recurrir a una pantalla cuando necesitan desahogarse? Y la verdad es que esto no es ajeno a la rutina diaria en las empresas, pues que una persona prefiera hablar con un sistema de algoritmos antes que con su jefe, sus compañeros o el área de Recursos Humanos no es simplemente por practicidad, es una respuesta a la falta de vínculos confiables.
Según la última Encuesta Nacional de Bienestar Autorreportado del Inegi, el 15% de la población adulta ha presentado síntomas de depresión y 19% de ansiedad. Estas cifras corresponden sólo a quienes se reconocen en esa situación. El universo real podría ser mucho mayor al incluir a quienes lo viven sin saberlo.
Varios factores del trabajo inciden en estas cifras: bajos salarios, violencia laboral, poco control sobre las tareas asignadas, liderazgos tóxicos, entre otros. De hecho, la OIT y la OMS estiman que la prevalencia de los padecimientos de salud mental aumentó 25% a partir de la irrupción de la pandemia de Covid-19, organizaciones que calculan que la depresión y ansiedad generan cada año una pérdida de 12,000 millones de días de trabajo, y una merma de un billón de dólares para la economía global.
Por eso cobran relevancia los datos de Marc Zao-Sanders publicados por Harvard Business Review, pues mientras hace un año los usos más comunes de la IA generativa estaban relacionados con el trabajo, este año están vinculados a temas de apoyo personal, con terapia y compañía emocional, organización de la vida y búsqueda de propósito a la cabeza.
De esta manera, este uso emocional de la inteligencia artificial debería ser interpretado como una alerta. No va a aparecer en reportes de desempeño ni en cuestionarios de clima laboral, pero está ocurriendo. Es una tendencia que crece en silencio, justo en los mismos lugares donde se exigen resultados y se cumplen metas.
Y si bien la inteligencia artificial generativa es una herramienta de trabajo cada vez más común, no es sólo eso. Es un reflejo de lo que falta en los entornos laborales: escucha, cuidado, humanidad. Mientras las empresas sigan automatizando sin asumir su responsabilidad como espacios de vida, seguirán delegando funciones profundamente humanas —como escuchar, contener, acompañar— a una tecnología que no fue hecha para cuidar personas.
El problema no es técnico. Es cultural y organizacional.