La ruta de Washington: ¿Made in China?
Primero fue Ucrania. Luego, el Congo. Lo que parecía ayuda internacional ha terminado revelando una arquitectura más ambiciosa: Estados Unidos está construyendo su propia Ruta de la Seda, pero con cemento geopolítico y cláusulas de transparencia. La pregunta no es si hay estrategia, sino a quién se parece.
El modelo es claro: inversión en infraestructura a cambio de acceso preferencial a recursos críticos. China lo ha hecho por más de una década con su Belt and Road Initiative. Pero ahora, bajo el argumento de la seguridad nacional, Washington copia el libreto… y lo adapta a zonas en ruinas.
Ucrania: reconstrucción como poder
En marzo, Estados Unidos y Ucrania firmaron un acuerdo que garantiza a Washington acceso a minerales estratégicos como litio, titanio y uranio. En plena guerra, ya se diseñan contratos de reconstrucción. No es ayuda: es influencia a través de la inversión.
El pacto, promovido por la administración Trump, se presenta como “minería responsable”, pero tras ese lenguaje se esconde la lógica de la supremacía energética. Ucrania no solo es un campo de batalla: es un campo de oportunidades. El futuro de sus recursos ya está comprometido. BlackRock y JP Morgan llevan meses diseñando la economía de posguerra, antes incluso de que llegue la paz.
África: paz con condiciones
El mismo patrón aparece en África central. El noreste del Congo es hoy escenario de guerra entre el grupo rebelde M23 —apoyado por Ruanda— y el gobierno congoleño. El presidente Félix Tshisekedi pidió ayuda a Trump, ofreciendo minerales a cambio. La respuesta no tardó.
Massad Boulos, asesor y consuegro de Trump, inició una gira por Congo, Ruanda, Kenia y Uganda para negociar una salida política… y una entrada económica. El trato es claro: cobalto, litio, tantalio y estaño a cambio de infraestructura, en un entorno de “seguridad jurídica” que tranquilice al capital estadounidense.
En paralelo, Trinity Metals —dueña de la mayor mina de estaño de Ruanda— firmó con Nathan Trotter una cadena de suministro directa hacia EE. UU. La diplomacia mineral ya no se oculta: se firma, se transporta y se cotiza. Y como en Ucrania, el país que ofrece sus recursos también cede parte de su margen de maniobra.
Geoestrategia reciclada
Durante años, Washington criticó la Ruta de la Seda como una forma de dependencia china. Hoy hace lo mismo, pero con otro discurso. China construye antes del conflicto. EE.UU. reconstruye tras la devastación. El resultado es el mismo: contratos a largo plazo que redibujan la influencia global.
La inversión ya no previene guerras: las sucede. Y el nuevo colonialismo no necesita ejércitos. Le basta un memorándum. La reconstrucción es el nuevo rostro de la conquista: tiene PowerPoint, estándares ESG y fondos de inversión.
¿Y México?
Mientras tanto, México está ausente. No en África ni en Ucrania, sino en el diseño del mundo que viene. Ni propone, ni influye, ni compite. Sigue sin una narrativa internacional. Y el que no construye rutas, termina caminando las ajenas. Mientras otros siembran influencia, nosotros recogemos silencio.
La Ruta de Washington ya está en marcha. Sus estaciones están donde hay crisis, recursos y vacío de poder. Y aunque se venda como reconstrucción, hay algo que queda claro: la arquitectura del mundo se decide con contratos, no con discursos.
El último en salir, apague la luz.