Ley simulada

Para que un Estado de Derecho funcione en la realidad requiere contar con instituciones que sean lo suficientemente sólidas y autónomas como para que lo ciudadanos confíen en ellas tanto cuando fallen a su favor, como cuando lo hagan en contra. En México la cultura de la legalidad nunca fue un valor real incorporado en la sociedad mexicana. Cuando López Obrador afirmaba: “no me vengan conque la ley es la ley”, expresaba el sentir de millones de mexicanos alejados de los cambios jurídicos ocurridos en las últimas décadas.
Desde la reforma judicial de Zedillo en 1995, cuyo objetivo era construir un sistema legal ajeno a la voluntad presidencial para dirigir al país hacia la modernidad democrática, hasta la creación de organismos autónomos responsables de tomar decisiones basadas en la aplicación de la ley y la contención del poderío de gobernantes y empresarios beneficiados del capitalismo de cuates creado por los regímenes de la Revolución Mexicana, el país se encaminaba hacia un sistema legal profesional.
La transformación propuesta por la 4T nada tiene que ver con un proyecto de izquierda destinado a favorecer a aquellos que el aparato jurídico del Estado mexicano ha ignorado a través del tiempo, incluso después de la reforma del 95 y la instauración del sistema penal acusatorio. La reforma judicial obradorista tiene un objetivo superior. Hacer del Poder Judicial en su conjunto no únicamente un instrumento de control que apoye incondicionalmente al régimen, sino la instancia que le permita permanecer indefinidamente en la Presidencia de la Nación.
Es por ello que los resultados de los comicios de junio están ya decididos. Se trata de una simulación más grotesca que los procesos electorales del priismo hegemónico. Con un INE subordinado a Palacio Nacional, y un Tribunal Electoral bajo su tutela de forma patética, lo único que les falta es apoderarse de la Suprema Corte para evitar la posibilidad de perder alguna batalla, y por supuesto cancelar definitivamente la realización de elecciones libres y creíbles.
La simulación le funcionó a AMLO para gobernar incluso tras el estrepitoso fracaso del manejo de la pandemia. Sheinbaum ahora pretende utilizar exactamente la misma estrategia, aunque sin los
recursos de su mentor y en condiciones internacionales mucho más adversas para el país.
Una elección de junio con poca afluencia de votantes deslegitimaría el proceso en su conjunto. Pero para eso está la simulación. Inventar cifras es sencillo y todavía más cuando no existe contrapeso alguno que lo cuestione. Es este el último clavo en el ataúd de la democracia mexicana y el principio de una oscura época para los ciudadanos de esta nación. Regresamos al pasado del miedo y la represión.