Innovación contra Intención en la Salud Mexicana

En 2024, mientras el mundo impulsa el desarrollo de terapias a través de diseños adaptativos de ensayos clínicos e inteligencia artificial, México continúa apostando por planes nacionales que privilegian el discurso por encima de la acción. El informe reciente de IQVIA Biotech, “Más allá del punto de referencia: cómo los diseños de ensayos innovadores están transformando la investigación clínica”, nos ofrece un ejemplo incómodo: uno que muestra lo que podríamos ser si realmente tomáramos en serio la ciencia y la evidencia.

El documento describe cómo la industria farmacéutica responde a la volatilidad global con innovación metodológica: ensayos clínicos descentralizados, controles externos y uso de datos en tiempo real. Mientras tanto, en otras regiones, la FDA (Agencia de Alimentos y Medicamentos) y la Unión Europea (EU) han lanzado iniciativas como Project Optimus y ACT EU, que acortan los plazos de aprobación y fomentan la inclusión de poblaciones diversas.

En contraste, el recién presentado Plan Nacional de Desarrollo 2025-2030 (PND) promete “modernizar el sector salud” con expedientes electrónicos y telemedicina. Sin embargo, omite reconocer que la regulación en México continúa atrapada en un modelo burocrático y lento. Se habla de apoyar la investigación clínica, pero se bloquean reformas clave, como la que dotaría de autonomía a la COFEPRIS para facilitar el acceso a medicamentos innovadores.

El PND establece cinco ejes estratégicos: prevención, atención continua, fortalecimiento del IMSS-Bienestar, abasto de insumos y digitalización. Pero ninguno plantea cómo romper las barreras regulatorias. Mientras en Estados Unidos un ensayo clínico puede aprobarse en semanas, en México los retrasos alcanzan hasta 288 días. Esta lentitud desincentiva la inversión en salud, innovación y desarrollo.

La diferencia entre dos realidades se vuelve aún más evidente cuando observamos que en 2023, el 56% de las nuevas terapias aprobadas a nivel mundial provinieron de startups biotecnológicas. En México, por otro lado, seguimos sin resolver la escasez de medicamentos esenciales en clínicas rurales. Se promete atención médica “24/7”, pero no se explica cómo evitar el desgaste del personal ni cómo sostener financieramente esta promesa.

La regulación puede ser una aliada del cambio o un obstáculo para el progreso. Mientras la FDA lanza el Center for Clinical Trial Innovation y la UE simplifica los procesos para ensayos multinacionales, en México seguimos hablando de “modernización” sin detallar cómo integrar los historiales clínicos, eliminar la corrupción en licitaciones o construir confianza en el sistema.

Un dato revelador: el 78% de los ensayos clínicos descentralizados acelera el reclutamiento de pacientes mediante telemedicina. En México, el programa Médicas y Médicos del Bienestar presume ofrecer salarios competitivos, pero ignora la capacitación en tecnologías emergentes y no contempla soluciones para zonas sin conectividad.

Mientras Bristol Myers Squibb invierte más de 13 mil millones de dólares para sostener proyectos de I+D (Investigación y Desarrollo) en medio de la incertidumbre financiera global, en México seguimos destinando el 85% del raquítico presupuesto en salud a nómina y mantenimiento. La inversión en innovación es absolutamente marginal, casi inexistente ahora.

Hay una ironía dolorosa: tras la pandemia, muchos países capitalizaron su experiencia para fortalecer sistemas de vigilancia y respuesta. México no. Hoy, enfrentamos brotes de sarampión y casos mortales de tosferina. Hemos aprendido poco.

El informe de IQVIA muestra cómo la inteligencia artificial (IA) ya está transformando el diseño de protocolos, el análisis de datos y la atención clínica. La FDA aprueba terapias digitales basadas en algoritmos. En México, seguimos sin marco jurídico que regule la telemedicina o que guíe el uso ético de la IA en salud.

La paradoja persiste: se habla de “cobertura universal gratuita”, pero no se define cómo se financiarán tecnologías disruptivas como sensores portátiles para controlar la diabetes. En un país con una de las tasas más altas de obesidad infantil, ni siquiera figuran en el plan.

Lo que falta, además de recursos, es diálogo. Un diálogo real, abierto, transversal. El informe global resalta la importancia de integrar a todos los actores –pacientes, investigadores, reguladores– en el diseño de políticas. En México, la conversación sigue siendo vertical. El Plan de Salud se presenta en conferencias mañaneras, no en mesas de trabajo con profesionales de la salud, legisladores y sociedad civil.

Un ejemplo emblemático: la campaña de vacunación a lo largo de la vida, uno de los pilares del nuevo plan, no contempló estrategias educativas para combatir la desinformación. Resultado: según la ENSANUT, el 40% de los mexicanos desconfía hoy de las vacunas infantiles. ¿Cómo podemos prevenir sin confianza?

Más allá de los buenos deseos expresados por la presidenta Sheinbaum, necesitamos un cambio de paradigma. Pasar de las presentaciones en PowerPoint a una ejecución táctica que priorice resultados medibles, alianzas eficaces y diálogo constante.

La próxima vez que escuchemos hablar de “prevención” o “modernización”, exijamos claridad: ¿Cómo se medirá la reducción de la obesidad infantil? ¿Qué herramientas digitales tendrán los médicos rurales? ¿Qué alianzas financiarán la investigación de enfermedades crónicas?

Como dijo Murray Aitken, director del Instituto IQVIA, “La colaboración estratégica es la clave para acelerar procesos”. Estimados lectores, tenemos la oportunidad de aprender de este modelo, ojalá el gobierno federal ponga atención en lo importante para mejorar la salud de los mexicanos, que hoy ocupa el segundo lugar de su preocupación despúes de la seguridad.

*El autor (www.ectorjaime.mx) es médico especialista en cirugía general, certificado en salud pública, doctorado en ciencias de la salud y en administración pública. Es Legislador y defensor de la salud pública de México, diputado reelecto del grupo parlamentario del PAN en la LXVI Legislatura.

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