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No deja de sorprender que en una sociedad profundamente secularizada, que evita la religión y en la que incluso algunos católicos rechazan su fe, la noticia que ha acaparado todos los medios de comunicación haya sido, primero, la muerte de un papa; segundo, el cónclave y, después, la elección del sucesor de Francisco.
Numerosas personas se congregaron en la plaza de San Pedro para ver quién se asomaba al balcón de la logia. A medida que los romanos y los turistas conocían la noticia de la fumata blanca se acercaban por Via della Conciliazione, algunos literalmente corriendo.
Nuevamente tenemos un papa venido de Latinoamérica, esta vez de Perú, donde la fe está profundamente arraigada y donde la Semana Santa, por ejemplo, tiene una belleza singular, con pasos procesionales del siglo XVII. Un papa que conoce la pobreza, la tenacidad, el afecto de los peruanos, a los que se dirigió en español. Fue un momento emocionante para millones de hispanohablantes: era un papa suyo, que les hablaba en su idioma.
Cercano al idioma y las costumbres
Es un papa que habla y entiende el idioma de los latinoamericanos, sus costumbres, su vida, sus trabajos, sus penas y sus alegrías. La Iglesia latinoamericana que peregrina desde el siglo XVI tiene mucho que aportar, aunque Europa y EE. UU. se resistan a perder protagonismo.
La fe arraigó en América Latina de un modo solo comparable a la evangelización de los tres primeros siglos de nuestra era, cuando la expansión por todo el Imperio romano fue creciendo y permeando en millones de personas. El sociólogo norteamericano Rodney Stark lo explica muy bien en su libro La expansión del cristianismo.
Muchos europeos, sacerdotes y laicos siguen pensando que la teología latinoamericana es solo teología de la liberación. Es innegable el influjo que tuvo esta teología de corte marxista en América y en España y cómo todavía en algunos sectores se sigue pensando de ese modo. Sin embargo, en Latinoamérica se desarrolló una teología de la liberación no marxista; entre otras, la teología del pueblo, que influyó en el magisterio eclesial, sobre todo de Francisco.
Es muy necesario estudiar el pensamiento y los documentos pastorales de tantos y tantos obispos latinoamericanos que durante décadas, incluso en las más duras, empañadas por conflictos políticos, sociales y religiosos, mantuvieron el rumbo de la fe, de la caridad, de la esperanza a lo largo de todo el continente americano. En una labor callada, silenciosa…
Formación humana y académica
El recién elegido León XIV es testigo de todo esto. Forjado en la oración, en el espíritu de san Agustín, en la alegría del que no tiene nada y tiene todo, en las batallas contra la pobreza y la exclusión. Robert Prevost nos muestra con su vida que no existen las dicotomías que con frecuencia se utilizan en Latinoamérica: o se es sacerdote pastoral o académico. Una dicotomía que da primacía a lo pastoral frente a una adecuada y sólida formación humana, teológica y canónica.
Sin embargo, si un pastor lleva a las ovejas a un campo sin pasto, acaban muriendo todas. Lo hemos visto en Latinoamérica. En el nuevo pontífice se combina algo esencial en la Iglesia: la importancia de tener estudios serios para poder llevar a cabo la tarea como pastor. Uno sin lo otro solo lleva a la esterilidad.