Las estadísticas de mortalidad que olvidaron contar la vida
Hace poco consulté el blog de @BrucePLanphear titulado “Plagas, contaminación y pobreza: Exponiendo amenazas ocultas a la salud humana” https://blanphear.substack.com/ y me encontré con un textoque me dejó girando la mente varios días, Daños colaterales: El costo oculto de vivir en un mundo tóxico.
Lanphear me atrapó por la fuerza de sus palabras … Pregúntale a cualquier buscador: “¿Cuáles son las principales causas de muerte?” y obtendrás una lista ordenada de diagnósticos clínicos: enfermedades cardíacas, cáncer, accidentes cerebrovasculares, diabetes, etc. Como si la vida fuera un experimento biológico neutral que termina cuando una parte falla. ¿Pero qué tal si estas no son realmente causas, sino solo conclusiones?…
Lanphear utiliza una metáfora potente y me recordó a Susan Sontag …¿qué tal si el cáncer no es el villano?, sino el capítulo final de una historia mucho más larga que comenzó con pesticidas o gases de fábrica, o si un infarto al miocardio es solo el último signo de puntuación al final de una larga frase escrita en aire contaminado o con una dieta de alimentos ultraprocesados. En realidad, millones de personas mueren cada año en el mundo por causas que no son misteriosas ni aleatorias. Simplemente es incómodo hablar de ellas. Son daños colaterales de nuestra forma de vida…
Lanphear no se detiene “…Rara vez decimos que esta persona murió debido a exposiciones tóxicas, marketing agresivo o políticas injustas. En cambio, nos basamos en el diagnóstico posterior e ignoramos el sistema subyacente que lo causó, porque es más facil y cómodo para el sistema…el costo de la negación es gastar millones de dólares tratando enfermedades que pudimos haber prevenido…” y remata “…construimos hospitales, recetamos medicamentos, celebramos a los sobrevivientes, pero nunca arreglamos los sistemas que los enfermaron…Es como si la bañera se desbordara y en lugar de cerrar la llave, fuéramos por un trapeardor para quitar el agua derramada…”
Pero ¿por qué las estadísticas oficiales no capturan esta complejidad? Para entenderlo, es necesario mirar el instrumento que las estructura: la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE), promovida por la Organización Mundial de la Salud.
La CIE en su 10ª revisión -versión vigente en casi todo el mundo- presenta dos limitaciones fundamentales: Primero, dada su estructura normativa, obliga a que cada muerte sea asignada a una causa básica única (“una muerte una causa”). A pesar del desarrollo del conocimiento médico y epidemiológico, el reporte estadístico es unicausal. Por otro lado, está estructurada bajo una ontología biomédica: asume que la enfermedad y la muerte provienen de disfunciones orgánicas individuales detectables y clasificables. Por lo tanto no captura: determinantes sociales o ambientales; factores contextuales o sinergias entre enfermedades.
Aunque la CIE se ha modernizado a lo largo de más de un siglo, sigue muy apegada a la tradición alemana de la Statistik (del siglo XVII-XVIII) que consistía en describir sistemáticamente el Estado, no tanto para entender procesos sociales en su complejidad, sino para clasificar, ordenar e inventariar sus características (población, territorio, economía, fuerza militar): conocer para gobernar mejor o controlar mejor.
Hoy la CIE-10 responde a la siguiente lógica administrativa: estandarizar la información sobre enfermedad y muerte; facilitar el registro homogéneo en todo el aparato de salud pública; producir datos comparables, auditables y gobernables. Es decir, se trata de servir a los Estados y organismos internacionales para fines de planificación, vigilancia epidemiológica y asignación de recursos.
¿Dónde quedan entonces las historias de vida que reclama Lanphear? Es claro que la CIE no nació para contar la vida, sino para ordenar la muerte. Algo así les digo a mis alumnos de medicina. Las estadísticas oficiales estan hechas en primera persona, pues “el yo” es el Estado y su interés de gobernar a través de la información. La gobernanza del indicador.
Pero debiéramos hacerlas para contarlas en tercera persona considerando la lógica social ambiental y política que ubica al cáncerno como un enemigo espontáneo, sino como el producto de ambientes cancerígenos tolerados o promovidos; que ve en el infarto no solo el colapso de un órgano, sino la acumulación de daños económicos, políticos y ambientales a lo largo de una vida.
Cuando solo se habla de causas de muerte en las estadística oficiales, nos movemos en el plano técnico y biomédico. En cambio, cuando hablamos de la conclusión de la vida de las personas que murieron por cáncer o infarto, estamos abriendo la mirada a la biografía, la estructura social, la historia de exposiciones, la injusticia acumulada.Esta diferencia es epistemológica y simbólica, pues nos muestra una fuerte tensión de la práctica médica ante la vida y la muerte. La base del diagnóstico clínico es el análisis de la trayectoria de vida de la persona que se esta examinando, lo que el profesional busca es situar a la enfermedad en el contexto de vida; en contraste, el diagnóstico de muerte simplifica esa trayectoria a la tipificación de las “causas” que se traducen en códigos, perdiendo con ello la singularidad de la persona o reduciéndola a datos demográficos y a una causa básica de muerte.
En las sociedades modernas el acto de certificar la muerte ha sido protocolizado para fines administrativos, legales y estadísticos. Este acto simbólico del cierre de la relación médico-paciente, termina siendo un trámite administrativo impersonal, oficialmente asignado, y/o jerárquicamente delegado. Para muchos profesionales certificar la muerte es un acto frío, burocrático que no honra su vocación primaria.
A diferencia del diagnóstico o tratamiento, la certificación de la muerte es percibido como una actividad incómoda, secundaria ymeramente documental. No es por falta de tiempo, hay un choque simbólico entre su formación ética y el carácter técnico del trámite.Esto en parte explica la resistencia por realizar un llenado adecuado del formato, pero no justifica el desinterés, la evasión de la responsabilidad, ni la normalización de la indiferencia.
Cuando la política dominante permite que la muerte se resuma en una causa biológica aislada, está de facto reduciendo la vida a su dimensión corporal inmediata; negando las condiciones sociales que llevaron a esa muerte y fragmentado el entendimiento del ser humano. Esta reducción no solo empobrece la medicina, también empobrece la salud pública y la memoria social.
Si seguimos mirando la muerte solo como un hecho biomédico, perpetuamos la negación de los procesos sociales, ambientales y políticos que la incuban. Necesitamos romper esa inercia: construir nuevas narrativas, diseñar nuevas estadísticas, imaginar nuevas formas de cuidar. No se trata solo de certificar bien la muerte, sino de honrar la vida que la precedió, de sanar memorias heridas y de exigir condiciones más justas para quienes aún viven. Porque en cada diagnóstico final hay una historia que merecía haber sido diferente. Porque evitar muertes dignifica, pero evitar las causas de la muerte transforma.
*El autor es profesor Titular del Dpto. de Salud Pública, Facultad de Medicina, UNAM y Profesor Emérito del Dpto. de Ciencias de la Medición de la Salud, Universidad de Washington.
Las opiniones vertidas en este artículo no representan la posición de las instituciones en donde trabaja el autor.
rlozano@facmed.unam.mx; rlozano@uw.edu; @DrRafaelLozano