La Cultura de la Paz, Superar la Discordia

“Toda censura es peligrosa porque detiene el desarrollo cultural de un pueblo”. Mercedes Sosa

Transcurridos siete meses del autodenominado “segundo piso de la transformación”, la falta de pericia política de la mandataria se manifiesta en su impulso por imponer medidas autoritarias, las cuales, debido a su débil liderazgo dentro de su partido, carecen de la resonancia esperada.

La ausencia de la mandataria en el funeral de Estado del sábado pasado en la Basílica de San Pedro constituyó otra señal de su falta de sensibilidad política. Mientras un significativo número de jefes de Estado y de gobierno, así como altos funcionarios de organismos internacionales, se dieron cita, dejó pasar la ocasión de encontrarse directamente con varios líderes, particularmente con el presidente de Estados Unidos en un espacio neutral. La designación de la titular de Gobernación, responsable de la política interior, como representante de nuestro país en este relevante evento, se percibió como un gesto de desdén.

Es difícil pasar por alto que en la reunión del G-20 celebrada en Brasil en noviembre, lo que se pareció el regreso de México a la esfera internacional, la presidenta priorizó una breve conversación con el expresidente de Estados Unidos para abordar principlmente la detención de un narcotraficante mexicano.

Pareciera que lo que se busca es el descrédito y la burla dentro y fuera de México.

Se define a un estadista como quien se sitúa por encima de las disputas partidistas y los intereses sectoriales, abocado a una búsqueda activa e innovadora del bienestar colectivo y con una plena asunción de sus responsabilidades. Su obligación fundamental reside en el conocimiento y la aplicación irrestricta de la Constitución, evitando cualquier menoscabo al Estado de derecho. No obstante, las acciones y decisiones observadas en estos siete meses sugieren que la presidenta no posee los atributos propios de un estadista.

La mandataria y sus colaboradores toman muy en serio el calificativo de “mujer fantástica” con el que el actual mandatario de Estados Unidos se ha referido a ella, aunque invariablemente, luego de ensalzarla, aplique un golpe a México. Más que un reconocimiento a la presidenta estamos ante una burla irónica, al tiempo que el oficialismo ha hecho todo lo que le han ordenado.

La falta de respeto por la pluralidad, iniciada por su antecesor, es una vía para evitar el ejercicio de la política que significa, sobre todo, negociación y diálogo con las oposiciones. Con la parcialidad demostrada por las autoridades electorales doblegadas por el expresidente, en una interpretación amañada con la que se cometió un fraude constitucional, se otorgó al oficialismo el 74% de los escaños en la Cámara de Diputados, pese a haber obtenido sólo el 54% de votos en las urnas, y en el Senado, mediante medidas gansteriles, logró alcanzar la mayoría calificada. Con esos atracos las oposiciones y las minorías están “subrepresentadas”, se afecta la equidad en la participación política y, por lo tanto, se viola la voluntad popular de quienes votaron en favor de partidos distintos a los oficialistas.

En la acción cotidiana se alimenta la nociva polarización que pretende imponer el pensamiento único. Si no se está con el oficialismo se es un traidor y por tanto se le descalifica y ofende, se usa un lenguaje despectivo, sectario, hacia opositores críticos a quienes la presidenta califica de “vendepatrias”, y no baja a quienes integran lo que llama PRIAN, a todos los jueces y magistrados de corruptos y a los columnistas e intelectuales críticos, de “comentócratas”.

La presidenta ha optado por evadir el reto de impulsar su agenda política negociando y dialogando. Por lo contrario, se dedica a confrontar y a polarizar. Con el desprecio a la ley, a la división de poderes y a la democracia que caracterizan al oficialismo se han disipado las garantías para el pluralismo, prospera la destrucción institucional y se concretan las amenazas de destruir el Estado de derecho y a la Justicia.

Se han afectado los equilibrios, los contrapesos y a la democracia, además de que se propicia una inconveniente concentración del poder y un gobierno autoritario.

Con la desaparición del derecho a la transparencia se impulsa la opacidad y se propicia la corrupción, y con la nueva iniciativa de reformas a la Ley de Telecomunicaciones y Radiodifusión que, además de ser inconstitucional y violatoria del T-MEC, se vislumbra una censura generalizada. De esa forma el oficialismo pretende cerrar la pinza del neoautoritarismo para controlar a la ciudadanía en lo que pueda conocer y decir. Con ello se aumentará irremediablemente la polarización.

Bajo la promesa de transformación, el oficialismo busca transitar del neoliberalismo, que aún influye en nuestra incipiente democracia, a un régimen neoautoritario, a una tiranía disfrazada.

Las medidas gubernamentales y la creciente violencia en todos los ámbitos de la vida nacional, generan un miedo creciente entre la ciudadanía por la percepción de peligro e inestabilidad que avanza en nuestro país.

Estamos obligados a evitar que en el país en el que vivirán nuestros hijos y nietos sigan avanzando el autoritarismo, la brutalidad, la inequidad y el salvajismo. Es por ello urgente e indispensable unirnos para hacer frente a esta grave situación y corregirla, ya que de consolidarse habrá de cancelar oportunidades de desarrollo y, principalmente, la libertad y los derechos civiles.

La recuperación de una cultura de la paz que propicie la concordia sólo es posible con un contagio positivo que generalice la práctica del diálogo en todos los ámbitos de interacción social. También será indispensable sacudirnos la apatía y dejadez que nos caracteriza.

* El autor es abogado, negociador y mediador.

X: @Phmergoldd

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