La locura arancelaria de Trump no tiene método

LONDRES – ¿Tiene alguna lógica el frenesí arancelario desatado por el presidente estadounidense Donald Trump el 2 de abril? Nadie puede responder esta pregunta con certeza, porque Trump es un político que ha convertido la imprevisibilidad en parte central de su identidad. Sin embargo, es imprescindible responderla, así que aquí va una lista de posibles razones por las que Trump inició el equivalente comercial de la Tercera Guerra Mundial.

Comencemos por lo obvio: Trump efectivamente cree que los aranceles harán que los empleos manufactureros regresen a los Estados Unidos y que la economía norteamericana volverá a ser grandiosa. Esta idea era improbable en el mejor de los casos. Pero si Trump pensaba que el 2 de abril sería el “Día de la Liberación” de Estados Unidos, lo sucedido desde entonces debería haberlo hecho cambiar de opinión. La bolsa accionaria de Nueva York se desplomó, los analistas andan cerca de predecir una recesión y la Reserva Federal comienza a sentir la presión para que recorte las tasas de interés y arregle el lío.

Los libros de texto de economía sugieren que los aranceles deberían hacer que el dólar se aprecie, porque si los estadounidenses importan menos, también venden menos dólares en el mercado cambiario. Sin embargo, la magnitud y escala de los aranceles “recíprocos” fue tal, que el dólar se depreció respecto a las monedas más importantes del mundo. Esto solo puede significar que los operadores anticipan una disminución de la actividad económica en Estados Unidos.

Entonces, busquemos otra razón: quizás a Trump no le importe la economía estadounidense en su conjunto, pero sí quiere recompensar a los obreros del Oeste Medio que con su voto le dieron la elección. Pero, esta teoría tampoco funciona. Los aranceles sobre los productos finales, como automóviles fabricados en el extranjero, proporcionan cierto grado de protección a empresas y obreros estadounidenses, pero los aranceles aplicados a las partes y piezas importadas para automóviles tienen el efecto opuesto: hacen que la fabricación doméstica de automóviles sea menos rentable.

El demonio está en los detalles y todavía hay mucho que no sabemos, pero es perfectamente posible que la explosión arancelaria de Trump reduzca la protección efectiva que posee el sector industrial en Estados Unidos y así destruya empleos manufactureros ya existentes en lugar de crear nuevos.

Lo que sí es seguro es que subirá el precio de los automóviles (sean nacionales o extranjeros) y de otros bienes de consumo. Esto no es algo que vayan a celebrar quienes votaron por Donald Trump.

En un ángulo un poco más conspirativo, supongamos que a Trump le importa un bledo el futuro de los obreros estadounidenses y que lo que quiere es ayudar a los oligarcas de la tecnología, como Elon Musk, a hacerse aún más ricos. Esto suena plausible, pero la lógica económica tampoco cuadra. La industria tecnológica es mayoritariamente de exportación, y Estados Unidos aún la lidera a nivel mundial (sí, China se le acerca con rapidez, pero de todos modos escribo esta columna con un producto de Microsoft, y lo más probable es que usted la lea con un aparato diseñado en Estados Unidos).

El resguardo del mercado interno ante las importaciones no es algo que tenga sin dormir a los magnates de la tecnología, y la protección a través de aranceles no figura en la lista de lo que quieren del gobierno. Por el contrario: los aranceles de Trump les podrían salir muy caros porque si los países afectados quieren tomar represalias, lo más cuerdo sería que se enfocaran en los servicios (incluidos los tecnológicos), sector en que Estados Unidos tiene un cuantioso superávit comercial.

¿Vives fuera de Estados Unidos y usas programas estadounidenses para trabajar y divertirte? Bueno, es posible que la próxima vez tengas que pagar mucho más por este privilegio.

Dado todo lo anterior, ¿por qué Donald Trump insiste con los aranceles? Todavía en búsqueda de una respuesta erudita, acudí a una fuente clásica: el libro de Albert Hirschman National Power and the Structure of Foreign Trade (El poder nacional y la estructura del comercio internacional).

En 1945, Hirschman, sin ayuda de nadie, inventó la geoeconomía, campo que ahora está de muy de moda. Distinguió entre el efecto de la oferta (el comercio enriquece a un país y por lo tanto lo fortalece en términos políticos y militares) y el efecto de la influencia (un país grande y rico puede ejercer poder político restringiendo el acceso de otros países a su mercado).

Por lo tanto, parecería que Trump apela al efecto de la influencia. Despliega su poder político haciendo que sea más costoso para sus competidores extranjeros vender bienes en Estados Unidos. Hasta ahora, todo bien.

Pero el análisis de Hirschman no termina aquí. Según aconseja, para afianzar el poder político a través del comercio, una nación debe enfocarse en países que representan una amenaza económica y política; que dependen en gran medida del comercio para su prosperidad; y que difícilmente pueden desviar su comercio hacia terceras partes.

¿Hay alguien que crea que los esbirros de Trump llevaron a cabo un análisis de este tipo para decidir a quiénes impondrían aranceles? Consideremos a algunas de las víctimas. Canadá ciertamente depende del comercio con Estados Unidos, pero ¿en qué sentido representa una amenaza? Numerosos países del Asia Oriental comercian activamente, pero Estados Unidos no suele ser su principal socio comercial, y es probable que redirijan a otros países por lo menos parte de las exportaciones que ahora no llegarán a un centro comercial estadounidense. Jordania (al que se le aplicará un arancel de 20%) es un aliado evidente de los Estados Unidos, y no un país al que deba aplicarle sanciones comerciales para lograr influencia. Además, si se ha puesto en práctica la lógica de Hirschman, ¿por qué imponer aranceles de casi el 50% a Lesoto, un país africano pequeño, pobre y mediterráneo que solo exporta vestuario y diamantes?

Hirschman, de hecho, destaca algo ominoso: el país que empleó de manera efectiva las amenazas comerciales para obtener poder político, especialmente en Europa Central y Oriental después de 1933, fue la Alemania nazi. Esperemos que este no sea el modelo de Trump.

A fin de cuentas, la única explicación para los aranceles de Trump reside en la respuesta a la antigua pregunta de por qué los bebés se chupan el dedo gordo del pie: porque pueden. Estados Unidos y el resto del mundo pagarán muy caro por esta conducta infantil.

El autor

Andrés Velasco, exministro de Hacienda de Chile, es Decano de la Escuela de Políticas Públicas de la London School of Economics and Political Science.

Traducción de Ana María Velasco

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