Nadie escuchó su lucha por los migrantes
A Jorge Mario Bergoglio se le entendía todo. Sus mensajes, a diferencia de los de otros pontífices, eran cortos y directos, e intentó también que los sacerdotes no se fueran por las ramas. Llegó a pedirles que sus homilías no duraran más allá de ocho minutos, porque si no, dijo, “se pierde la tensión y la gente se adormece, se duerme, con razón”. Y añadió: “Los curas hablan tanto, tantas veces, que no se entiende de qué están hablando”. Francisco predicó con el ejemplo, y el caso más palpable se produjo solo unos meses después de su elección, cuando decidió que su primer viaje no fuera, como estaba previsto, a Río de Janeiro para presidir la Jornada Mundial de la Juventud, sino a la isla italiana de Lampedusa, donde por aquella época –primavera y verano de 2013— ya habían muerto cientos de migrantes africanos y asiáticos mientras trataban de alcanzar la costa europea.